18.3.11

Ciudad ITESO

Hace unos años. En sábado, línea costera de la semana. En Casa ITESO Clavijero, la casa de playa del usurero.  Cimentamos un muelle a partir de una idea: la Ciudad (así con mayúsculas) es una metáfora de la sociedad. De ahí zarpaban las discusiones, las naves eran malos ensayos persiguiendo símiles que ilustraran La Calle. Había historias de guerreros aztecas en bicicleta, derivas debordianas, (pésimas) explicaciones a partir de principios mal interpretados de física cuántica. También había jugo de naranja para la cruda, y como hoy, café para el acelerar el parpadeo.
La pasábamos bien bonito, diría Richi (Nicol Richi en esos tiempos), y todo servía para explicar la ciudad. Entonces, con una nostalgia tremenda y un infatigable deseo de volver a esos tiempos, propongo que para el ejercicio del martes pensemos en ‘nuestra universidad’ como una metáfora de la Ciudad. Finalmente, el ITESO también tiene sus calles y callejones, mayorías y minorías, dirigentes y opositores, caray, hasta tiene manifestaciones.
En esta semana hubo sucesos que no sacudieron al ITESO, pero que pusieron de malas a algunos. Estos tuvieron una réplica virtual en las redes sociales, que tienen la trágica ventaja de guardar constancia. A continuación pego secuencialmente una breve síntesis de lo que ‘ocurrió’ en la página de Facebook de la universidad. No quiero siquiera ponerles título, los llamaré Hecho 1 y Hecho 2, ya los nombraremos el martes. Las imágenes están un poco más nítidas cuando les dan click, si no, todo está disponible aquí.

Hecho 1:


Aquí los 31 comentarios.


Aquí el comunicado y los 34 comentarios.


Aquí los 26 comentarios.
 Comentarios del recordatorio.




No son pocos los comentarios que llaman la atención, quisiera que pensáramos en los paranoicos y los discriminatorios, pero cada uno puede armar sus propias categorías. Hace unas semana Yann preguntaba: "¿Cómo nos afecta la violencia? y, en una eventual segunda parte o andanada de comentarios ¿Cómo pensar la violencia?". No creo que esas preguntas puedan perder vigencia, por lo tanto las retomo para esta sesión. ¿Cómo pensamos la violencia en el ITESO?

Entré a Ebsco y hay un chingo de artículos que podrían apoyar la discusión, sólo basta echarle un poco de seso a la búsqueda, como no puedo pegar los links a los artículos, mejor que cada quien busque los suyos. Propongo que recordemos algo que hayamos leído o busquemos algo nuevo para argumentar nuestra participación. Aunque claro, también se vale hacer paréntesis de clase de elaboración.

P. D. Con tanto miedo que hay ¿Creen que si los profes nos vestimos como los de la foto aumentará el porcentaje de alumnos que leen?

3.12.08

4½. ¿Para qué andar?

Imaginemos una casa abandonada donde hace años que nadie entra, está rodeada de casas habitadas, pero con los años ya ha dejado de ser una molestia para los vecinos. Los primeros años que estuvo abandonada, esta casa era un agujero negro que atraía todas las miradas y comentarios de quienes pasaban por el lugar, pero que nunca pudo conseguir llevar unos pasos a su interior. Con el tiempo, para los vecinos, la imagen de la casa abandonada se fue fundiendo con las banquetas, las casas de los lados y con el cielo, la casa se esfumó. Ahora este lugar permanece estático, está suspendida en un limbo temporal sin inmutarse y así continuará hasta que alguien entre en ella, es como una cápsula de tiempo que contiene el pasado, un pasado inaccesible para nosotros, pues en cuanto ingresemos a la casa, ésta será traída de vuelta al presente, volverá a existir.

Ahora vayamos a otra casa, La Casa de los Azulejos, lugar que ha sido escenario de importantes sucesos a lo largo de poco menos de medio milenio. Durante la colonia pasó por varias familias, dentro de ella se desarrollaron amores, amoríos y asesinatos, ahora son leyendas. Después de la independencia fue sede del Jockey Club y durante la revolución fue ocupada por el ejército zapatista y en 1919 Frank Sanborn abre la primera fuente de sodas en México. Actualmente es un monumento nacional (desde 1930) y alberga una de las cafeterías más famosas del país. La relevancia de este lugar reside en su valor arquitectónico, en los eventos que en ella sucedieron y los que suceden actualmente, qué sería de esta casa si no tomáramos en cuenta estos tres aspectos. El ser escenario de importantes sucesos en la historia nacional la convierte en parte de la misma historia, tomar un café ahí no sería lo mismo si Emiliano Zapata no hubiera tomado el suyo en el mismo lugar. Ahora este sitio se transforma a sí mismo y transforma a sus visitantes, en cada paso, en cada pensamiento y en cada comentario que dentro de ella tienen lugar. Conocer la historia de un lugar permite que los muros hablen un lenguaje diferente, nada tendría que cambiar con el hecho de que Zapata haya desayunado allí, sin embargo este hecho lo cambia todo.[1]

En el primer caso del que hablamos, nadie sabe en qué condiciones está la casa, quizá un baño lleva meses tirando agua o el cableado eléctrico se quemó durante una tormenta, quizá, pero mientras no sea visitada, será imposible enterarse de ello. En el segundo caso sería imposible no darse cuenta de un fallo como los anteriores, con tantos visitantes, si algo se sale de orden, seguramente más de uno lo comentará a un mesero, al gerente o administrador del lugar.

El mismo fenómeno puede extrapolarse a la ciudad, una ciudad que no es visitada, donde no hay sucesos que transformen a sus habitantes es una ciudad que permanece estática, es una ciudad en decadencia.

Ahora, cómo vivir en una ciudad y habitarla al mismo tiempo es la cuestión, no basta con transportarse de la casa al trabajo y viceversa, tampoco se trata de ir en bicicleta, coche, autobús o a pie, aunque claro, algunos medios de transporte lo facilitarán más que otros. Habitar la ciudad implica un modo de vivirla, y ningún otro verbo describe mejor esta acción que el andar. Andar habla de movimiento, un movimiento de velocidad menos mecánica y más humana, habla de recorrido más que de desplazamiento, andar implica ser parte del medio, observar y ser observado, andar en el tiempo libre es errar, es jugar, y para algunos, andar de cierta manera es un arte. Andar implica una postura, un modo de realizar el acto, también involucra el contacto con los demás, saludarse, desde una mirada o la más sutil inclinación de cabeza hasta un efusivo abrazo o un beso, andar tiene consigo verse en los demás, darse cuenta de que los demás son seres semejantes a uno mismo y que juntos poblamos un espacio, que es nuestro espacio y que lo que sucede en él tiene efectos directos sobre todos.

Andar es no tener lugar. Se trata del proceso indefinido de estar ausente y en pos de algo propio. El vagabundo que multiplica y reúne la ciudad hace de ella una inmensa experiencia social de la privación del lugar; una experiencia, es cierto, pulverizada en desviaciones innumerables e ínfimas (desplazamientos y andares), compensada por las relaciones y los cruzamientos de estos éxodos que forman entrelazamientos, al crear un tejido urbano, y colocada bajo el signo de lo que debería ser, en fin, el lugar, pero que apenas es un nombre, La Ciudad.[2]

Que una ciudad sea habitada implica que la gente ande en ella, que esté dispuesta a guardar sus audífonos, a bajar sus ventanillas, a voltearse a ver entre ellos y a ver el camino.

[1] Castro, L. (1997) La risa del espacio. El imaginario espacio-temporal en la cultura contemporánea: una reflexión sociológica. Madrid: Tecnos.
[2] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos

3. Andar

…un conocimiento tan ciego como en el cuerpo a cuerpo amoroso
Michel de Certeau
El verbo andar figura desde el origen del castellano y puede ser rastreado en el latín vulgar ambitare que significaba ‘dar vueltas, rodear’[1]. Respecto a su significado el Diccionario de la Real Academia Española[2] en un adelanto de su 23.ª edición le atribuye diecinueve sentidos diferentes. Vale la pena detenerse a revisar por lo menos cuatro:

1. intr. Dicho de un ser animado: Ir de un lugar a otro dando pasos.

Esta definición no requiere mayor explicación, andar como sinónimo de caminar quizá sea la manera más común en la que se utiliza. Cuando Francesco Careri[3] propone al andar como una práctica estética, se refiere a este acto, el caminar como la manera más elemental de arquitectura. De la misma manera lo hace Michel de Certeau[4], al hablar del andar, o caminar, como un acto de enunciación donde el cuerpo de los caminantes “obedece a los trazos gruesos y a los más finos [de la caligrafía] de un ‘texto’ urbano que escriben sin poder leerlo”.

4. intr. estar (hallarse en un determinado estado). Andar alguien bueno o malo, alegre o triste, torpe o prudente.


Generalmente utilizada en este sentido para expresar sentimientos, y puede no implicar movimiento por el espacio. Uno puede andar de malas una mañana completa sin necesidad de levantarse de la cama, o se puede andar de buenas sentado un par de horas en una banca.

5. intr. haber (hallarse, existir). Andan muchos locos sueltos por la calle.


Uno de los ejemplos que más nos competen y el diccionario nos otorga un excelente ejemplo, andan muchos locos sueltos por la calle, decíamos antes que nuestra respuesta a la ‘pulsión migratoria’ en la ciudad es lo que nos otorgaba nuestra existencia como ciudadanos, ahora podemos afirmar que andar es sinónimo de esa existencia.

17. tr. recorrer (atravesar un espacio). Andar el camino. Andar todas las calles
del pueblo.

Atravesar el espacio, pero lo más importante es que no implica la acción de caminar como en la primera definición, sino que puede realizarse por distintos medios y facilitado por distintos objetos además del calzado, esto nos brinda una amplísima gama de posibles maneras de andar por la ciudad.

En resumen, y hasta este momento podemos manifestar que andar es: movimiento, pero no necesariamente; es ir de un lugar a otro caminando, o hacerlo de otras maneras; es existir y hallarse en un determinado estado; ser y estar.

Ahora atenderemos a un par de autores a quienes ya hicimos referencia previamente, ambos toman la primera definición del andar, pero llevan el caminar mucho más allá del acto en sí mismo. De Certeau discute de sintéticamente pero con gran profundidad el fenómeno del andar, la intención de citarlo no es otra más que invitar a leer directamente lo que él tiene que decir al respecto.

Andar es no tener lugar. Se trata del proceso indefinido de estar ausente y en pos de algo propio. El vagabundo que multiplica y reúne la ciudad hace de ella una inmensa experiencia social de la privación del lugar; una experiencia, es cierto, pulverizada en desviaciones innumerables e ínfimas (desplazamientos y andares), compensada por las relaciones y los cruzamientos de estos éxodos que forman entrelazamientos, al crear un tejido urbano, y colocada bajo el signo de lo que debería ser, en fin, el lugar, pero que apenas es un nombre, La Ciudad.[4]


Careri argumenta que “el recorrido se convirtió en la primera acción estética que penetró en los territorios del caos, construyendo un orden nuevo sobre cuyas bases se desarrollo la arquitectura de los objetos colocados en él”. Después se detiene a analizar distintos momentos históricos en los que el andar ha sido, indiscutiblemente una práctica estética.

Andar contiene los significados simbólicos de aquel acto creativo primario: el errar en tanto que arquitectura del paisaje, entendiendo por ‘paisaje’ el acto de transformación simbólica, y no sólo física del espacio antrópico.[3]


Y cómo ellos dos, innumerables personas o grupos se detienen a reflexionar sobre el andar, todos con diferentes propuestas: las derivas, el flaneûr, etc.[5], ahora toca pensar en el andar como una vía para habitar la ciudad. Decíamos que el andar no se limita al acto de caminar, por eso andamos en bicicleta, en camión, en tren, algunas veces decimos que andamos en automóvil, y aunque sea correcto decirlo, el traslado en automóvil no construye ciudad ni nos hace ciudadanos. El uso del automóvil se incrementa junto con la segregación y destrucción de espacios que implica su abuso. Esto puede tener una infinidad de causas, pero basta acudir al sentido común para comprenderlo. Factores que varían desde el crecimiento desmesurado de las ciudades que aumenta las distancias entre las casas y de éstas con los proveedores de servicios, hasta el ver como un lujo el poder salir al espacio público sentado en un sillón, aunque encerrado en una caja de metal y vidrio sin necesidad de exponerse al sol, lluvia, personas de apariencia diferente, esperas interminables en las paradas de camión, carteristas o silbidos que persiguen minifaldas. Por ello, a pesar de no ser justificable, el uso irracional del automóvil se puede explicar sin problema.

Una manera de disminuir el uso del automóvil es comenzando a utilizar el medio que tenemos incorporado para cumplir con esa necesidad, las piernas, andar. No es necesario ser un anatomista para darse cuenta de que el cuerpo humano está hecho para moverse con las piernas, y por ello al caminar o al andar en bicicleta, patines, patineta, o lo que sea que requiera un impulso generado por nuestro propio cuerpo nos hará satisfacer esa necesidad de movimiento. Estos medios más humanos de moverse nos hacen vivir el trayecto de una manera diferente, nos otorga una infinidad de momentos y cosas que percibir, puede hacer que el trayecto a nuestro destino sea tan relevante como el destino mismo, es más, hasta puede suceder que el trayecto supere lo que hagamos cuando lleguemos al final del recorrido. El movimiento por el movimiento es un acto en peligro de extinción, la ‘pulsión migratoria’, recorrer un lugar y permitirle encuentro con toda la serie de accidentes que suceden mientras uno anda no es compatible con la necesidad de velocidad que el abuso del auto trae consigo, uno no puede medir el andar en kilómetros por hora, el andar no se mide, pero se puede describir por medio de lo que sucede mientras se realiza. Andar permite hacer casi de todo, pero exige hacerlo de cierta manera, uno puede andar caminando o en bicicleta, pero también puede llevar el andar más allá del camino.

Además de andar por aquí o por allá, se puede andar enamorado o andar encabronado, andar de volada, o andar como los cangrejos, muchos andan papando moscas, mientras que otros andan bien ocupados. Andar es un verbo tan irregular como las acciones que representa, uno anda de mil maneras. El andar no puede acompañarse de complementos (es intransitivo, a excepción de cuando es utilizado como sinónimo de recorrer, que es una acción en sí misma), no exige palabritas que complementen su acción, andar es un verbo completo que le da forma a otras acciones.

Andar exige un espacio y por ello nos invita a salir y crearlo, hacer la ciudad el espacio en que vivimos, revisitar la metrópolis, conocerla, reconocernos en los otros andantes, juntos tomar posesión de la calle que nos pertenece y hacernos responsables de lo que en ella sucede. El andar es una manera de leer y reescribir la ciudad, andar es una manifestación, andar es oposición, andar es un arte, andar es declamar el discurso de la ciudad, andar es ser la ciudad.

[1] Corominas, J. (1976) Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana. Madrid, España : Gredos
[2] Diccionario en Línea de la Real Academia Española. Disponible en: http//www.rae.es
[3] Careri, F. (2005) Walkscapes. El andar como una práctica estética. Barcelona, España : Gustavo Gili
[4] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[5] En Walkscapes, Careri nos ofrece una revisión de diversos ejemplos, pero en general los encontramos en toda la serie Land&Scape de la editorial Gustavo Gili por si se desea conocer un poco más al respecto. Mucho del trabajo que se ha realizado en el Land Art, principalmente en la década de 1970, cuenta con el caminar como elemento de la obra, Richard Long es el principal exponente al respecto.

2. Movilidad o nomadismo

La persona no existe, excepto en la ejecución de sus actos
Alfred Schutz

¡Alto! Detengámonos a pensar en el movimiento dentro de la ciudad. A dónde vamos, cuándo, cómo y por qué lo hacemos, estos asuntos se hacen indispensables al comenzar a hablar de la ciudad. Como lo hemos dicho antes, son las prácticas relacionadas a los lugares las que construyen la ciudad; la mayoría de esas ‘prácticas’ son nuestros viajes[1]. Quizá la ciudad determina nuestros viajes, o nuestros viajes determinan la ciudad, o también quizá, y dicho con un toque de seguridad, la ciudad y nuestros viajes están siempre en relación, determinándose pero nunca completándose, y ese proceso es el seno donde se gestan los lugares. Pero todo esto ya ha sido comentado en el capítulo anterior, por ello en lugar de seguir rodeando convendremos tomar un paseo por ese par de conceptos que titulan estas líneas.

La movilidad es un concepto de moda, prácticamente todos los objetos, personas, fenómenos pueden tener alguna capacidad a la que se le pueda llamar movilidad, sin embargo, habitualmente, la movilidad como sustantivo suele referirse a los viajes que uno o varios individuos llevan a cabo en un determinado territorio. En este sentido, la palabra movilidad cuenta con una sombra cuantitativa; generalmente se encuentra acompañada de estadísticas, unas veces alarmantes y otras no tanto, da la impresión de ser el embalaje ideal para proteger de las peligrosas cifras a quien la lee o la escucha. Abunda en los discursos políticos y en las notas periodísticas, para constatarlo basta utilizarla como palabra clave en cualquier buscador de la red[2]. Además, parece haber acuerdo (al menos en teoría) en el rumbo que se le debería dar a la movilidad urbana.

El modo en que nos desplazamos por la geografía terrestre es parte de nuestra
cultura. La movilidad es un proceso cultural. El habitar y movernos en el
espacio urbano es lo que va construyendo el hábitat y la ciudad como espacio de
expresión, de crecimiento, de educación y convivencia de los seres humanos.[3]


El nomadismo, en cambio, es una palabra con la que resulta un poco más difícil toparse, pero, al igual que con la movilidad, sólo es cuestión de moda. El nomadismo nace junto al hombre; la mitología y la arqueología nos remiten al inicio. De Caín y Abel a los hallazgos de rutas y parajes tan antiguos como el hombre mismo, todo nos refiere al nomadismo como inicio y quizá como precursor de la civilización, para encontrarlo basta asistir al libro especializado[4] o a las revistas de interés general. Sin embargo, a pesar de toparnos con el nomadismo con relativa frecuencia, esta palabra no figura en el lenguaje cotidiano. Quizá esto se deba al hecho de que hemos adaptado un buen puñado de sinónimos para referirnos a lo mismo: en política internacional se discute “el fenómeno migratorio”, en los municipios se planea “la movilidad urbana”, en los centros de asistencia hablan del “vagabundeo” o “el sinhogar”, en las aerolíneas se otorgan tarjetas de descuento con el nombre de “viajero frecuente”, el nomadismo está en todos nosotros, sólo que le hemos cambiado el nombre.

El nomadismo no es de ningún modo, privilegio de unos cuantos, sino que, (…)
cada quien lo practica cotidianamente. Se puede incluso afirmar que la intimidad
del hombre posmoderno ha sido modelada con él. Para domesticar el término, se
llegó a hablar de movilidad.[5]


Moverse de un lado a otro responde a una necesidad que trasciende al simple transporte; que el ser humano se desplace implica más que cambiar su posición en el espacio físico, en palabras de Maffesoli[6] “es una especie de ‘pulsión migratoria’ que incita al hombre a cambiar de lugar, de hábitos, de pareja, para alcanzar plenamente las diversas facetas de su personalidad”. Esto no es una afirmación que debe ser tomada a la ligera pues parece querer decir que esa “pulsión” hace al hombre. Para las ciudades y quienes en ellas nos movemos este es un asunto que merece nuestra atención, sobre todo recordando que nos hemos acostumbrado a no visitar menos de diez lugares al día, y que destinamos gran parte de nuestro día (¡de nuestras vidas!) a dichos viajes. Cuando alguien dice de sí mismo que vive en una ciudad, son estos viajes lo que trae a cuento, de acuerdo o no, en la mayoría de los casos a eso queda reducida la experiencia urbana.

Entonces, como ha sido dicho, todos nos movemos, no importa que aparentemente no sepamos o no podamos hacerlo. Muchas veces utilizamos medios de transporte que distan mucho de adaptarse a nuestras necesidades de movilidad, y es cuando la imagen caótica de un congestionamiento vial da la impresión de que no nos sabemos mover, aún así, la mayoría de las veces conseguimos llegar a nuestro destino. También podría afirmarse que no todos podemos movernos[7], pues en muchas ocasiones los medios o vías de transporte no son compatibles con las capacidades físicas de cada persona, aún así la mayoría consigue llevar a cabo sus viajes. En fin, independientemente de si podemos o sabemos, o no, todos necesitamos movernos; moverse es más necesario que respirar, respiramos para poder movernos. Ese impulso cuenta con una inercia con más fuerza que nosotros mismos.

-Ándale ya se murió, corre a contratar una carroza para que se lo lleven y le
den una maquilladita. Después nos conseguimos unos carros negros para
acompañarlo en caravana hasta el panteón, ahí lo enterramos por unos años hasta
que se haga polvorón, entonces lo sacamos, lo mandamos al horno y que nos
entreguen las cenizas bien moliditas, de esas aventamos un puño al río del
pueblo en que nació, otro tanto que se lo lleve el aire del cerro en donde la
conoció, y con lo que nos quede rellenamos unas relicarios bien bonitos de oro,
y así en unas urnitas todos lo llevaremos bien cerquita del corazón.


El muerto que no se mueve es un muerto olvidado, lo mismo sucede con los vivos: aquellos que no se pueden mover y no los movemos son vivos olvidados; cuando alguien está así, fácil podría afirmarse que no está. El movimiento nos ayuda a reafirmar nuestro estar, y así como los edificios no son recipientes herméticos capaces de contener su significado indefinidamente, para que estemos (seamos) en la ciudad, necesitamos cambiar de lugar, y son precisamente esos movimientos resultantes, de esa “pulsión migratoria” las que nos hacen ser ciudadanos al tiempo que nos permiten construir la ciudad; esto entendido como el acto de dotar de significado a la infraestructura urbana. Ciudad y ciudadanía son como esos hermanos siameses que no pueden separarse, o al menos no sin morir; nacen simultáneamente y mueren juntos, su concepción es resultante del andar por la ciudad.

…las motricidades peatonales forman uno de estos “sistemas reales cuya
existencia hace efectivamente la ciudad, pero que carecen de receptáculo
físico”. No se localizan: espacializan.[8]


Michel de Certeau habla de cómo el andar, crea espacio, espacializa, dice. Como resultado de esa espacialización obtenemos eso a lo que llamamos ciudad, pero no sólo eso, sino que los practicantes de esa espacialización, al hacerse presentes en el medio urbano tiene lugar su existencia como ciudadanos. La ciudadanía es una característica tan fugaz para el individuo como la ciudad lo es para la infraestructura, comienza a perderse en cuanto deja de practicarse; al igual que la vereda trazada por Richard Long, ciudad y ciudadanía comienzan a desaparecer después del último paso.

La necesidad de movimiento, de viaje, está en nosotros, no dejaremos de movernos, ahí radica la importancia de reflexionar acerca de cómo lo hacemos. Podemos salir, caminar, y con ello llevar a la calle lo que hasta aquí se ha defendido, hacer ciudad y ciudadanía; o también podemos salir, y hacer lo opuesto, utilizar la calle como equipo de conexión entre lugares y nada más.

(Ciertamente, la gente sale de sus casas, […] hasta entrar en otro lugar;
no sale a la calle. Las calles sólo funcionan como un equipo de transporte, no
como un lugar de estancia.)[9]


Entre el caminar y la conexión de lugares hay una infinidad de opciones, de medios de transporte y modos de hacerlo, por esto la propuesta del andar no se trata de elegir entre dos opciones únicas y diametralmente opuestas, caminar como única opción de transporte resulta tan inviable para cualquier ciudad como lo es hacer lo mismo con el automóvil. El andar que se propone trata de conciliar los medios y concentrarse en el modo de trasladarse. Ese es el punto a tratar en el próximo capítulo.

[1] Por viaje entendemos un evento que comienza con la partida de un lugar y que finaliza con la llegada a otro.
[2] Ó visitar el sitio http://www.cptmedios.blogspot.com/ para encontrar decenas de notas periodísticas publicadas en distintos medios impresos de la ciudad de Guadalajara.
[3] Movilidad : una visión estratégica en la zona metropolitana de Guadalajara (2001, c2001) Guadalajara, México : ITESO : Gobierno del Estado de Jalisco, Secretaría de Vialidad y Transporte : Centro Estatal de Investigación de la Vialidad y el Transporte
[4] Eliade, M. (1972) Tratado de historia de las religiones. México : Era
[5] Maffesoli, M. (2004) El nomadismo: vagabundeos iniciáticos. México : Fondo de Cultura Económica
[6] Idem.
[7] Generalmente se utilizan palabritas como invalido, minusválido, o como dice el Código Civil del Estado de Jalisco: incapaz. Peor aún, suelen acompañarse de miradas lastimeras y adjetivos o aclaraciones bastante patéticas como “el pobrecito”.
[8] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[9] Fernández Christlieb, P. (2004, c2004) El espíritu de la calle : psicología política de la cultura cotidiana. Barcelona, España : Anthropos ; Querétaro, México : Universidad de Querétaro, Facultad de Psicología

29.11.08

¼ Advertencia


Si bien este texto ha sido redactado esporádicamente a lo largo de un año y sus partes han emergido en desorden, su intención nada tiene que ver con el azar, pues ésta es sólo una: Andar: una propuesta para habitar la ciudad insta al lector a salir de la comodidad que la recámara, el sofá, las lamparitas y el automóvil otorgan, para aventurarse en la ciudad, y con esto, hacer de las áridas calles, acelerados caudales; de las erosionadas banquetas, vívidos manglares; y de los parques y plazas, profundos mares. La invitación es afuera; a hacer de los lugares exteriores, espacios habitables. Que la ciudad sea el escenario y la ciudadanía el ensayo. Como método para la redacción de Andar… se utilizaron paseos por otros textos, discusiones entre amigos, charlas con desconocidos, traslados en camión y automóvil, captura de videos y fotografías, malabares con un blog, paseos a pie y en bicicleta, navegación en Internet, caminatas por calles, banquetas y veredas, y, principalmente, por la práctica misma del andar.

La lectura de este trabajo es nada si se le compara con una vivencia allá afuera, jamás se asemejará a la sensación de andar en la calle, pero si después de esta breve advertencia el lector insiste en continuar, ansío que en algún momento deje de lado el documento, se calce y salga a ser parte de la ciudad.

Habítela.

27.11.08

1. Caminar para construir


El espacio es totalmente simbólico
Pablo Fernández Christlieb

Alterar físicamente los elementos de un paisaje es considerado un acto de modificación espacial, pero pocas veces nos percatamos de cómo otras actividades más fugaces o efímeras relacionadas a nuestra presencia o permanencia en un lugar, pueden afectar el paisaje tan drásticamente, o quizá más, de lo que se puede cambiar con el ejercicio de la arquitectura.
Nos es difícil afirmar que un paisaje[i] ha cambiado si la manera en que se nos presenta difiere a como lo había hecho previamente. Por ejemplo, si un árbol es plantado en el centro de un valle que conocimos cuando era una llanura sin árboles, afirmaremos que ese lugar ha cambiado ya que sus elementos cuentan con un nuevo acomodo, y esto configura un nuevo paisaje. Sin embargo, la manera en que se nos presentan paisaje no depende únicamente de los elementos que lo componen, sino también de la manera en la que nos situamos en él; es distinto observarlo desde una loma aledaña que desde su punto más bajo, detenidos en un punto que recorriéndolo. En un recorrido un espacio se reconfigurará dependiendo de la dirección en la que nos movamos puesto que las imágenes, sonidos, olores y sensaciones corporales obedecerán a nuestra situación respecto a los otros elementos que lo componen. Es decir, los elementos que constituyen cierto espacio desfilarán ante nuestros sentidos obedeciendo a las características de nuestro recorrido. Los elementos que componen el espacio bien pueden ser los fenómenos geográficos y meteorológicos, vegetación y población animal, posición del sol, luna o estrellas, modificaciones en el espacio obra de la actividad humana, los individuos o grupos que se encuentren alrededor, y, quizá el elemento más importante seamos nosotros mismos. Un espacio está compuesto por todos los elementos involucrados en el hecho de que ese espacio sea percibido de una determinada manera.


(Un lugar es una configuración instantánea de posiciones. Hay espacio en cuanto que se toman en consideración los vectores de dirección, cantidades de velocidad y la variable del tiempo. El espacio es un lugar practicado).[ii]


Además de apuntar que los espacios son definidos por el modo en que se nos presentan es importante aclarar que esto depende de nuestra presencia, si no nos hacemos presentes en un espacio este no será transformado. Esto quiere decir que no basta con mirar, sino que es necesario estar: mirar una fotografía no modifica en absoluto un espacio porque la fotografía no es el espacio, de la misma manera en que una vista aérea o un viaje a alta velocidad tampoco lo consiguen ya que la percepción capaz de modificar un espacio requiere cierto detenimiento, sólo de esta manera podremos estar en un lugar, y estar ahí significa ser, también, parte del lugar.



“La fuerza de una carretera varía según se la recorra a pie o se la sobrevuele en aeroplano. (…) Tan sólo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo en ese mismo terreno, que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanía, miradores, calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a sus soldados de sus filas”[iii].



La ‘fuerza’ que Benjamin en Dirección Única le atribuye a la carretera, la poseen, en potencia, todos los espacios, sin embargo esa ‘fuerza’ únicamente puede ser posibilitada a través de nuestros sentidos; si nos permitimos descubrir y experimentar un lugar su ‘fuerza’ emergerá sin obstáculos; y, quizá la mejor manera de conseguirlo sea el recorrido a pie. La velocidad del caminar nos permite apreciar con detalle imágenes, sonidos, olores y el ambiente en su totalidad, y además facilita la interacción con los elementos que componen cierto espacio. Caminar es una vía que nos permite no sólo descubrir un lugar, sino realmente estar y por ello ser parte de un espacio.
Richard Long, un artista quien define su obra como “arte hecho al caminar en paisajes”[iv], se posicionó como representante del Land Art con una intervención en la que hace patente la metáfora del caminar como acto de transformación espacial. A line made by walking (1969), consta de la fotografía de un llano cubierto de pasto que es atravesado a lo largo por una línea trazada a pasos hasta formar una vereda. En su momento A line… dio una sacudida al mundo del arte occidental, consiguiéndolo al poner en evidencia la relación entre la consistencia y fugacidad de una marca dejada por caminar en el campo, que fue totalmente evidente al momento de tomar la fotografía pero que comenzó a desaparecer después del último paso.


A pesar de que la fotografía muestra claramente al caminar como un acto de modificación del paisaje, hay que señalar que esto se consiguió gracias a algunas particularidades de dicho paisaje pues se trata de un entorno rural y con una superficie suficientemente suave como para ser marcada con pasos, y por esto no deja de ser complicado imaginar cómo la misma actividad puede transformar otro tipo de paisajes cuya superficie tiene menor capacidad para retener las huellas, como la ciudad. En Walkscapes, Francesco Careri[v] propone que la transformación del espacio no precisa de una labor arquitectónica, sino que dicho cambio puede ser llevado a cabo mediante el caminar, pues la variación de las percepciones que se reciben del mismo cuando es atravesado “constituyen ya formas de transformación del paisaje que, aunque no hayan dejado señales tangibles, modifican culturalmente el significado del espacio y, en consecuencia, el espacio en sí mismo”. Poco después toma esa idea y la lleva a territorio urbano:


“…el andar es un instrumento estético capaz de describir y de modificar aquellos espacios metropolitanos que a menudo presentan una naturaleza que debería comprenderse y llenarse de significados, más que proyectarse y llenarse de formas.”[vi]



Volviendo con A line…, no hay que olvidar que se trata de una obra que hace evidente un suceso que a primera vista es invisible: la transformación que sufren los espacios al ser caminados. En la ciudad no encontramos esa transformación en las banquetas, no está en las huellas que nuestro calzado podría dejar en el pavimento, sino que ésta radica en lo que la ciudad misma significa para nosotros. Las marcas en el pavimento pueden pasar desapercibidas porque en la ciudad cada elemento de la infraestructura urbana es relevante en la medida en la que juegue un papel protagónico en la vida diaria más allá de sus características físicas. Podríamos considerar la infraestructura de las ciudades como recipientes del significado que poseen, esto implica que cuentan con una forma que los hace más o menos aptos para ciertas cosas, pero hay que aclarar que esto no es completamente determinante: por ejemplo, generalmente uno asociaría los estadios deportivos o centros de convenciones con eventos para el disfrute de la población, pero recordemos cómo en el 2006 en Nueva Orleans después del paso del huracán Katrina éstos funcionaron como albergues, o incluso como morgues improvisadas. Pensando en ejemplos menos radicales preguntémonos cuántas veces ha sucedido que la administración de alguna ciudad desea celebrar el aniversario de un héroe de la historia nacional inaugurando un parque con su nombre y en su honor, pasan un par de meses después de la ceremonia y pocas veces se ve a alguien disfrutando del parque, y al cabo de algunos años este lugar está tan olvidado que se convierte en un vacío dentro del territorio urbano.
Jardines, bancas y áreas de juego no bastan para hacer un parque, sino que éste se construye con la presencia de los niños corriendo y jugando, los viejos paseando y los novios tomados de la mano:


Voy a salir a caminar solito
Sentarme en un parque a fumar un porrito
Y mirar a las palomas comer el pan que la gente les tira
Y reprimir el instinto asesino[vii]


La infraestructura urbana como recipiente no puede contener una carga simbólica indeterminadamente, se puede ilustrar, tratando de no forzar la comparación, pensando en la infraestructura urbana como recipientes incapaces de sostener su significado pos sí solos, es como si éste se escurriese constantemente y la única manera de mantenerlos llenos es continuar llenándolos de significado indefinidamente. La infraestructura urbana sólo puede contar con un sentido en la medida en la que alguien se lo otorga, por esto sería incorrecto hablar de un parque abandonado, ya que al evocarlo, mencionarlo o pasar frente a él y mirarlo se le otorga ese significado de ‘parque abandonado’, pero en cuanto el transeúnte o quien lo refirió en una conversación lo dejan atrás, ese lugar se vuelve de nuevo un espacio vacío, un hueco, un no-lugar, ni siquiera un parque abandonado. Son las prácticas relacionadas a los lugares las que dotan de significado y las construyen, y no es demasiado arriesgado afirmar que el caminar es el medio ideal para conseguirlo, de ahí el título ‘Caminar para construir’, pues el caminar es una actividad que acerca los lugares al caminante, forzándolo a estar en ellos mientras los recorre y al tiempo en que los percibe, los piensa y esta actividad tiene como resultado la construcción de la ciudad. Es como si los pasos iluminaran su trayecto dotando de significado un territorio invisible.


[i] ¿Qué otra cosa es un paisaje sino la culturización de la naturaleza, o que es lo mismo, la naturalización de una cultura? Maffesoli, M. (2004) El nomadismo: vagabundeos iniciáticos. México : Fondo de Cultura Económica
[ii] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[iii] Benjamin, W. (1990) Dirección Única. Madrid : Alfaguara
[iv] “Art made by walking in landscapes”, rescatado de: http://www.richardlong.org/ el 13 de octubre de 2008.
[v] Careri, F. (2005) Walkscapes: el andar como una práctica estética. Barcelona : Ed. Gustavo Gili
[vi] Ídem.
[vii] Andrés Calamaro, Loco. Alta Suciedad (1997) : WEA Internacional

½. Del engrane al zapato


El transporte es quizá uno de los mayores retos de los planeadores de la ciudad contemporánea, esto quiere decir también que conseguir llevar a cabo los recorridos diarios es uno de los problemas más grandes a los que se enfrenta la ciudadanía. Transportase en la ciudad nunca había sido un asunto sencillo, pero el problema se fue agravando a mediados del siglo XIX cuando la demanda de obreros en la ciudad se incrementó exponencialmente. Millones dejaron el campo y comenzaron a trabajar para la industria, entonces nace una nueva necesidad, la de de llevar a cientos de personas de sus casas a una fábrica y de regreso. La industria comenzó a brindar soluciones que funcionaban un tiempo, pero que, al no dar el abasto necesario se iban volviendo obsoletas. En algunos casos los tranvías jalados por mulas no fueron suficientes, entonces hubo quien optó por el tren suburbano o el metro. Tiempo después la misma industria que requería esa inmensidad de mano de obra y que había generado el modelo T de Ford, abarató la producción de automóviles hasta el punto en que la mayor parte de la clase trabajadora pudo adquirir uno, eso trajo consigo la independencia y falsa libertad que el coche nos otorga. Ahora ya no era necesario ser vecino de la fábrica, uno podía vivir a kilómetros de su lugar de trabajo y aún así llegar a checar la tarjeta a las 9 de la mañana y volver para estar a las 6 en casa para comer.
La carrera por hacer nuestros viajes más cortos ha sido saboteada por nosotros mismos: mientras que diseñamos la tecnología para transportar más personas en la menor cantidad de tiempo, nos empeñamos –quizá sin saberlo– en alargar las distancias de nuestros recorridos diarios. Esta situación se hace evidente en la gran cantidad de recursos que la industria invierte en el desarrollo y producción de nuevos medios de transporte que faciliten la ilusión de un viaje más corto, más cómodo, veloz, seguro, económico y con menor cantidad de plazas.
Simultáneamente a esta carrera tecnológica por los medios de transporte, las ciudades con tendencia al desarrollo horizontal continúan extendiéndose y dividiendo temáticamente el territorio. Proliferan zonas exclusivamente residenciales, comerciales o restauranteras que multiplican la distancia de los recorridos diarios, dificultan la movilidad y justifican las cuantiosas sumas de dinero que son invertidas por la industria y el gobierno en el desarrollo de nuevos medios de transporte. Al incrementarse las distancias en estas ciudades temáticas, surge la necesidad de un incremento en la velocidad de los viajes de toda la ciudadanía, situación que no distingue clases sociales ni vehículos, afecta de igual manera al ejecutivo que viaja en un sedán de lujo, al estudiante que utiliza el transporte público, o al repartidor en motocicleta; todos necesitamos ir más lejos y el tiempo que tenemos disponible para los viajes sigue siendo exactamente el mismo, la única alternativa para llevar a cabo nuestras actividades diarias es acelerar nuestros viajes. Un repartidor de pizza sigue teniendo los mismos treinta minutos para entregar el pedido en la puerta de los comensales, la diferencia es que hace algunos años las pizzerías estaban localizadas en puntos estratégicos con varios núcleos residenciales a una distancia relativamente corta, la pizza generalmente llegaba caliente y a tiempo. Ahora las pizzerías no pueden estar en medio de un fraccionamiento, tienen que establecerse en los límites de éstos en una zona especialmente designada como “comercial”, entonces el repartidor tiene que viajar con el pedido por una distancia mayor, y no sólo eso, tiene que hacerlo sorteando el tráfico de la hora de la comida, pues el lugar de trabajo, la escuela, o el supermercado de donde vienen los miles que van a comer en sus casas, comparten la única vía de acceso con el repartidor. Generalmente la pizza continúa llegando a tiempo, la diferencia es que el viaje que realizó el repartidor resulto mucho más agresivo para él mismo y para todos aquellos con quienes se cruzó en el camino, el repartidor tuvo que sortear más obstáculos y tuvo que ir más rápido, esto no sólo incrementa la posibilidad de un accidente, sino que al ir más veloz la peligrosidad del accidente también crece. ¿Qué pasaría si invirtiéramos la tendencia, si en lugar de buscar medios mecánicamente más complejos cada quien se empeñara en utilizar medios más peatonales?

10.11.08

En contra


Este fín de semana se publicaron al menos dos artículos en contra de los paseos en bicicleta, argumentando que los ciclistas violentamos a los demás ciudadanos.

En mi opinión quizá tengan razón, pero es más importante pensar en qué pasa con los ciclistas cuando están en medio de una masa interminable de automóviles, que es lo que sucede la mayor parte del tiempo, en lugar de pensar en lo desafortunados que son los automovilistas al no poder circular como les gusta cuando se topan con un paseo ciclista.

A la salida del estadio se hace mucho más desmadre, a ver, ¿por qué no hablan mal del futbol?

28.10.08

Masa Crítica


12.9.08

Vivir en tiempos

Me parece que vivimos en tiempos ajenos a la aventura.
La raíz del problema está situada en el hecho de vivir en tiempos, porque hasta donde he entendido vivimos en un entramado espacio-temporal: sí, el tiempo fluye, pero ese flujo depende completamente del espacio y de los objetos que en éste se encuentran. Entonces, se podría decir que nuestro estar en el mundo es una mezcla de estímulos y acciones situadas en ese espacio-tiempo, por esto, en aquellas ocasiones cuando el espacio toma más importancia, el tiempo parece perderla. Es una sensación similar a la que se siente cuando se está por primera vez en un lugar desconocido y muy distinto a aquellos en los que usualmente estamos, ejemplos de esto son el campesino quien al visitar la capital por primera vez pierde el sentido del tiempo sorprendido ante el barullo callejero, el cielo enmarañado y los tumultos, lo mismo sucede con el empresario citadino quien experimenta una sensación similar al estar en el campo.
Parece entonces que la aventura tiene más que ver con el espacio que con el tiempo, y esta idea hace sentido al pensar en la vida de ciudad, donde las distancias no son espaciales sino temporales, ¿a poco no suenan familiares frases como ‘está a quince minutos de aquí’, ‘restan dos minutos treinta y tres segundos para completar la descarga’, ‘carril de baja o alta velocidad’, o ‘te atiendo en un momento’ (hasta donde yo sé, la gente es atendida en oficinas y no en momentos, esto debería alarmarnos, o al menos sorprendernos, a mí me sorprende que no sea así)?
Somos seres espacio-temporales y vivir en tiempos nos tiene de nervios, nuestro cuerpo sufre una sobrecarga sensorial y esto no es una cuestión de velocidad, la velocidad no es más que una proporción; el asunto es la aceleración. La aceleración de nuestras actividades cotidianas ha superado nuestra capacidad de recibir y procesar, de sentir y de pensar, esto tiene a nuestros nervios tan superexcitados y exhaustos que a la menor efervescencia no hacen más que estallar, discapacitándonos de vivir la ansiada aventura.
-el blog ha vuelto-

13.6.08

La lentitud




La 'velocidad' nos ayuda a expresar el espacio recorido por un móvil durante un periodo de tiempo; entre mayor sea ésta, el tiempo de recorrido a nuestro destino se disminuirá; y, según Kundera, "el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido".
No dejen de leer La lentitud, es una novela corta: 168 pp, letra apta para miopía y vista cansada, así que no hay pretexto. A pesar de ello vale la pena leerla con calma, qué caso tendría leer La lentitud en un apuro. Por lo pronto aquí hay dos fragmentos que tienen que ver lo la velocidad en la que nos movemos de un lado a otro.

Se nos antojó pasar la tarde y la noche en un castillo. En Francia, muchos se han convertido en hoteles: un espacio perdido de verdor en una extensión de fealdad sin verdor; una parcela de alamedas, árboles y pájaros en medio de una inmensa red de carreteras. Voy conduciendo y, por el retrovisor, observo un coche que me sigue. El intermitente izquierdo parpadea y todo el coche emite ondas de impaciencia. El conductor espera la ocasión para adelantarme; aguarda ese momento como un ave de rapiña acecha a un ruiseñor.
Vera, mi mujer, me dice: “Cada cincuenta minutos muere un hombre en las carreteras de Francia. Mira todos esos locos que conducen a nuestro alrededor. Son los mismos que se muestran extraordinariamente cautos cuando asisten en plena calle al atraco de una viejecita. ¿Cómo es que no tienen miedo cuando van al volante?”.
¿Qué contestar? Tal vez lo siguiente: el hombre encorvado encima de su moto no puede concentrarse sino en el instante presente de su vuelo; se aferra a un fragmento de tiempo desgajado del pasado y del porvenir; ha sido arrancado de la continuidad del tiempo; está fuera del tiempo; dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en este estado, no sabe nada de su edad, nada de su mujer, nada de sus hijos, nada de sus preocupaciones y , por lo tanto no tiene miedo, porque la fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer.
La velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre. Contrariamente al que va en moto, el que corre a pie está siempre presente en su cuerpo, permanentemente obligado a pensar en sus ampollas, en su jadeo; cuando corre siente su peso, su edad, consciente más que nunca de sí mismo y del tiempo de su vida. Todo cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda fuera de juego y se entrega una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis.
Curiosa alianza: la fría impersonalidad de la técnica y el fuego del éxtasis. Recuerdo una norteamericana, a la vez ceñuda y entusiasta, especie de apparatchik del erotismo, que hace treinta años me dio una lección (gélidamente teórica) sobre la liberación sexual; la palabra más recurrente en su discurso era la palabra “orgasmo”; conté las veces: cuarenta y tres. El culto al orgasmo: el utilitarismo puritano proyectado en la vida sexual; la eficacia contra la ociosidad; la reducción del coito a un obstáculo que hay que superar lo más rápidamente posible para alcanzar una explosión extática, única meta verdadera del amor y del universo.
¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño? ¿Dónde estarán esos héroes holgazanes de las canciones populares, esos vagabundos que vagan de molino en molino y duermen al raso? ¿Habrán desaparecido con los caminos rurales, los prados y los claros, junto con la naturaleza? Un proverbio checo define la dulce ociosidad mediante una metáfora: contemplar las ventanas de Dios. Los que contemplan las ventanas de Dios no se aburren; son felices. En nuestro mundo, la ociosidad se ha convertido en despreocupación, lo cual es muy distinto: el desocupado está frustrado, se aburre, busca
constantemente el movimiento que le falta.
Miro por el retrovisor: siempre el mismo coche que no consigue adelantarme por culpa del tráfico en sentido contrario. Al lado del conductor va una mujer; ¿por qué el hombre no le cuenta algo gracioso?, ¿por qué no descansa una mano en su rodilla? En lugar de eso, maldice al automovilista que, delante de él, no avanza lo bastante rápido; tampoco la mujer piensa en tocar al conductor con la mano, conduce mentalmente con él, y ella también me maldice.
Entretanto pienso en aquel otro viaje de París a un castillo en el campo, que tuvo lugar hace más de doscientos años, el viaje de Madame de T. y el joven caballero que la acompañaba. Es la primera vez que están tan cerca el uno del otro y la indecible atmósfera de sensualidad que les envuelve nace precisamente de la lentitud de la cadencia: mecidos por el movimiento del carruaje, los dos cuerpos se rozan, primero sin querer, luego queriéndolo, y se traba la historia.


Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido. Evoquemos una situación de lo más trivial: un hombre camina por la calle. De pronto, quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. En ese momento, mecánicamente, afloja el paso. Por el contrario, alguien que intenta olvidar un incidente penoso que acaba de ocurrirle acelera el paso sin darse cuenta, como si quisiera alejarse rápido de lo que, en el tiempo, se encuentra aún demasiado cercano a él.
En la matemática existencial, esta experiencia adquiere la forma de dos ecuaciones elementales: el grado de lentitud es directamente proporcional de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.

Quería acompañar el texto con alguna imagen sobre la lentitud, me resulta curioso que las únicas dos imágenes que encontré son fotos que tomé a personas que han de triplicar mi edad, será casualidad o será que en la calma de su andar procuran traer recuerdos de su pasado ¿quién sabe?

texto tomado de: Kundera, M. (1995) La lentitud. México : Tusquets

7.6.08

Café, banquetas y gis

La idea de pintar con gis las banquetas ni es nueva ni es mía, pero es una buena opción para agarrar sueño después de un café con tu nombre mal escrito.






Hoy llovió y las sombras de gis desaparecieron, se veían mejor de día, no hubo chance de sacar fotos, será en la próxima. Lo del Starbucks no me enorgullece (tenía un dos por uno), de cualquier manera no es fácil decidir qué café tomar: uno lo cosechan priistas y paramilitares, otro lo distribuye una corporación explota indígenas que tiene como logo una sirena sin ombligo ni pezones, tambien está el café de los abejas quienes tampoco son inmaculados... El café no es cosa fácil. (junio 8, 2008 - 12:43am)


3.6.08

Movilidad y Género

Al fin queda listo el video. Gracias a todos los que participaron y a Alex por la edición.


Si hay alguna entrevista que quieran ver completa diganme para subirla.

29.5.08

Liberar las banquetas (ayúdenme con las frases)

Nunca me hubiera imaginado que pasear al perro o ir a la tienda se convertirían en actividades de alto riesgo. Disfruto de salir a caminar después de cenar, pero temo que al hacerlo pueda morir de indigestión. ¿Acaso será tan difícil procurar mantener los automóviles alejados de las banquetas y los pasos peatonales?

Me fastidia de tener que bajarme de la banqueta cada que hay un coche en mi camino, el otro día casi atropellan a mi perro porque alguien no conocía el significado de las franjas amarillas que hay (o debería haber) en cada esquina. Peor aún, ver cómo señoras con carreolas, niños y señores con muchos años en la cuenta tienen que hacer exactamente lo mismo.

De un par de semanas para acá comencé a mover los espejos retrovisores de esos coches ‘mal estacionados’, pero pensándolo bien no me parece muy buena idea; Un conductor podría imaginarse un millón de cosas antes de creer que un peatón le movió los retrovisores (cómo va a imaginarse un peatón si no sabe que es eso). Por ello decidí que tenía que hacerle saber el motivo de mi coraje, y creo que la mejor manera de hacerlo es dejándole un regalito sobre su carro, fijado con engrudo para que no se lo lleve el viento y que le cueste un poco de trabajo quitarlo.

Ésta es la imagen que voy a imprimir en blanco y negro, después separar los dos pies y finalmente pegar uno delante de otro. Vienen en pareja, para las banquetas y para los pasos peatonales. Les pido ayuda con las frases, la idea es que al verlas, el dueño del coche no odie más a los peatones, sino que entienda que metió la pata al estacionarse ahí.

25.5.08

Flores en el ático

Mientras andan dando clicks por ahí, no olviden visitar Flores en el Ático, muy recomendable.

22.5.08

Globo aerostático

Quienes dicen saber lo definen como una bolsa de material impermeable y de poco peso, de forma más o menos esférica, llena de un gas de menor densidad que el aire, cuya fuerza ascensional es mayor que el peso del conjunto. Definir de esa manera los globos aerostáticos es equivalente a decir que Keith Moon y John Lennon fueron dos músicos británicos nacidos en la década de los 40's , y que murieron trágicamente entre el '78 y el '80. Olvidaron decir que fueron impermeables a las críticas y que al ser escuchados por la juventud de sus tiempos, su fuerza ascencional fue mayor que el peso del conjunto, llegaron hasta la estratósfera y ahí han permanecido.
No voy a decir que ver un globo es como ver a los Beatles o a The Who, pero al verlos elevarse hasta desaparecer la sensación es similar a escucharlos remasterizados y en alta definición.
Toman poco más de una tarde en construirse, se quema uno de cada cuatro, pero si consiguen el vuelo los puedes ver un par de minutos hasta que desaparecen, y si todo sale en orden han de permanecer al aire por una media hora, aún así valen la pena.
Éste es el primer que sale desde la calle, razón suficiente para estar en el blog. Voló el martes pasado, espero que el martes vuele otro. Ya quiero que sea martes.


Saludos a Ana, Fernando y Esteban, quienes pegaron 32 pliegos de papel de china, cuidaron a la chucha, y ayudaron a que el globo volara.

12.5.08

Cartel


¿Andar en camión?


Después de una semana de usar este medio me tomo la libertad de compartir las siguientes impresiones:

1.- Para los "expertos" en el asunto las palabras ‘camión’ y ‘chofer’ no existen, en su lugar se utilizarán ‘unidad’ y ‘operador’ respectivamente. No tengo idea de cuál será la razón, simplemente así es, tampoco soy experto, así de que utilizaré las palabras que más me plazcan.

2.-Andar en camión es un acto mitad suicidio y mitad asesinato. Cada vez que uno sube o baja de la 'unidad', sitúa su vida en esa delgada línea entre la vida y la muerte: de un segundo a otro ponemos nuestra vida en manos de un ‘operador’ desvelado, hambriento, cocainómano y con ganas de ir al baño. La tragedia se incrementa por el hecho de pagarle cinco pesos por ello. Y si acaso uno decide transportarse a la hora del tráfico, probablemente ni siquiera se podría decir que realmente subió al camión, ya que generalmente esto implica estar dentro de él, seríamos más precisos si al llegar al trabajo dijéramos que nos colgamos del camión para llegar.

3.-Los propietarios del transporte público seguramente son accionistas de las farmacéuticas que fabrican las pomadas para curar hemorroides. No encuentro otro argumento que justifique esos asientos de fibra de vidrio, más duros que los de concreto y que, cuando les da el sol, se ponen como cómales. Esto sumado al insuperable record de tres baches por metro cuadrado de calle y que los conductores sueñan con el campeonato mundial de rally mientras trabajan, nos da como resultado que la mitad de los usuarios sufran de cierto tipo de lesiones en sus partes menos nobles (confieso que no tengo certeza de los hechos que menciono en este punto, ni me consta que los camiones provocan hemorroides ni sé quienes son los propietarios de las farmacéuticas, pero es fácil sospechar, o ¿no?).

4.- Suponer que los automovilistas se van a bajar del coche para subirse al transporte público es completamente absurdo. Y para ejemplo, yo. Después de esta semanita de camión en la que terminé lleno de asco, por el hecho de moverme en este hediondo medio y por un ceviche medio malo que comí el jueves, he decidido que me limitaré a la bici y al coche por un buen rato. Por qué demonios voy a cambiar la bicicleta que es un excepcional medio para ponerte en contacto con la ciudad, o el coche que es un inigualable medio para que pierdas el contacto con ella, por un sistema de transporte que sólo consigue ponerte en contacto con la axila del de al lado.

5.- Los autobuses, microbuses, unidades o lo que sean, son primas de las carteras de doce huevos. Las carteras de huevos tienen como función acomodar los huevos relativamente alineados tratando de aprovechar el espacio al máximo, al igual que los camiones lo hacen con sus pasajeros. En las carteras de huevos, éstos no se tocan entre sí, y cuando esto sucede generalmente más de uno se revienta, pasa exactamente lo mismo en el transporte público. Además, comparten la forma más bien rectangular, sin embargo hay una diferencia que me hace pensar en que son primos segundos y no primos hermanos: generalmente el que maneja las carteras de huevos lo hace con cuidado para no romperlos, en el camión sucede justo lo contrario.

Como vemos llegar a la conclusión de que el sistema de transporte urbano es completamente disfuncional no es tarea difícil, para ello basta utilizarlo, lo que es casi imposible es llegar de pie a la parada.

8.5.08

4¼. OXÍMORON: El hábitat sin habitantes


Una ciudad sin que nadie ande en ella suena improbable, sin embargo, al pensarlo nos resulta una imagen familiar.
Tal vez esto último ha sido causado por alguna de esas películas gringas en las que se muestra Nueva York completamente deshabitado, donde sus pobladores fueron aniquilados por un meteorito, el calentamiento global o los marcianos. El hecho de mirar en la pantalla al príncipe del rap (o a cualquier otra superestrella de acción) caminando por Broadway sin la compañía de hordas de turistas chocando hombros con los apurados trajeados, el incesante sonar del claxon de los taxis junto a las limosinas negras y polarizadas, los humeantes changarros de hot dogs, falafel y cacahuates garapiñados de a dólar, repartidores suicidas en bicicletas sin frenos, supermodelos desveladas ansiando cocaína, y demás imágenes que suelen mostrarnos en las mismas películas localizadas en dicha ciudad, es una imagen muy seductora, prueba de ello es que las superproducciones que utilizan esta fórmula consiguen recaudar suficiente dinero como para colonizar la luna. Creo estoy exagerando, pero es un hecho que reúnen suficiente como para gastar más en el próximo rodaje y aumentar en millones el sueldo de los actores.
O, quizá nos resulta familiar por que algún momento de nuestro deambular por la ciudad nos hemos visto en la desagradable necesidad de involucionar a aquella primitiva especie mejor conocida como ‘peatón’. Si así fuera, es muy probable que nos encontráramos en una ciudad, en medio de una multitud y nos hallamos sentido solos, olvidados, como flotando en éter y viendo no más que oscuridad a la distancia (creo que estoy exagerando de nuevo). Sí éste fuera el caso, las preguntas habrían comenzado a aparecer: después de haberse tropezado con la raíz de un árbol -¿por qué fregados los políticos, en vez de dedicarse a subirse el sueldo, no arreglan las banquetas?; al subir y bajar un puente peatonal para cruzar la avenida -¿por qué tengo que desviarme yo que voy a pie cuando todos ellos vienen haciendo un montón de ruido, contaminando como ganado, y, para acabarla, de mal humor?; al ir en camión -si no sobrevivo ¿me iré al infierno?; al caminar en medio de una multitud -¿por qué nadie voltea a verme, me he quedado sin rostro, o será un complot?; y así, el nivel de paranoia aumenta en la misma proporción en que la cordura disminuye. Acto seguido: caer en la cuenta de que en la ciudad sobra gente y faltan personas.
Será que esa imagen de la ciudad vacía no es producto de la imaginación, sino que ya la llevamos en la memoria.

1.5.08

Que la calle nos cuente sus historias

Está bonito el cuento, ¿no?, así como los amigos del nombre impronunciable nosotros también deberíamos de permitir que la ciudad nos cuente su historia.

"Prigogine menciona una observación de Bohr a Heisenberg sobre Kronberg Castle, el castillo de Hamlet, al que habían ido a visitar: ¿No es extraño cómo cambia el castillo cuando uno imagina a Hamlet viviendo aquí? Cómo científicos creemos que un castillo consiste sólo en piedras y admiramos el modo como fueron colocadas por el arquitecto. Las piedras, el tejado verde con su pátina, los relieves de madera en la iglesia, constituyen la totalidad del castillo. Nada de esto tendría que cambiar el hecho de que Hamlet hubiese vivido aquí y, sin embargo, este hecho lo cambia todo. De pronto Muros y defensas hablan un leguaje diferente."

Así como tomar un café en La Casa de los Azulejos es diferente a tomarlo en cualquier otro Sanborn's por el hecho de que Zapata y su ejercito hayan hecho lo mismo allí hace casi cien años, andar por las calles de nuestra ciuadad no volverá a ser lo mismo después de que vuelvan a ser nuestras.


Texto tomado de Castro, L. (1997) La risa del espacio. El imaginario espacio-temporal en la cultura contemporánea: una reflexión sociológica. Madrid: Tecnos.