29.11.08

¼ Advertencia


Si bien este texto ha sido redactado esporádicamente a lo largo de un año y sus partes han emergido en desorden, su intención nada tiene que ver con el azar, pues ésta es sólo una: Andar: una propuesta para habitar la ciudad insta al lector a salir de la comodidad que la recámara, el sofá, las lamparitas y el automóvil otorgan, para aventurarse en la ciudad, y con esto, hacer de las áridas calles, acelerados caudales; de las erosionadas banquetas, vívidos manglares; y de los parques y plazas, profundos mares. La invitación es afuera; a hacer de los lugares exteriores, espacios habitables. Que la ciudad sea el escenario y la ciudadanía el ensayo. Como método para la redacción de Andar… se utilizaron paseos por otros textos, discusiones entre amigos, charlas con desconocidos, traslados en camión y automóvil, captura de videos y fotografías, malabares con un blog, paseos a pie y en bicicleta, navegación en Internet, caminatas por calles, banquetas y veredas, y, principalmente, por la práctica misma del andar.

La lectura de este trabajo es nada si se le compara con una vivencia allá afuera, jamás se asemejará a la sensación de andar en la calle, pero si después de esta breve advertencia el lector insiste en continuar, ansío que en algún momento deje de lado el documento, se calce y salga a ser parte de la ciudad.

Habítela.

27.11.08

1. Caminar para construir


El espacio es totalmente simbólico
Pablo Fernández Christlieb

Alterar físicamente los elementos de un paisaje es considerado un acto de modificación espacial, pero pocas veces nos percatamos de cómo otras actividades más fugaces o efímeras relacionadas a nuestra presencia o permanencia en un lugar, pueden afectar el paisaje tan drásticamente, o quizá más, de lo que se puede cambiar con el ejercicio de la arquitectura.
Nos es difícil afirmar que un paisaje[i] ha cambiado si la manera en que se nos presenta difiere a como lo había hecho previamente. Por ejemplo, si un árbol es plantado en el centro de un valle que conocimos cuando era una llanura sin árboles, afirmaremos que ese lugar ha cambiado ya que sus elementos cuentan con un nuevo acomodo, y esto configura un nuevo paisaje. Sin embargo, la manera en que se nos presentan paisaje no depende únicamente de los elementos que lo componen, sino también de la manera en la que nos situamos en él; es distinto observarlo desde una loma aledaña que desde su punto más bajo, detenidos en un punto que recorriéndolo. En un recorrido un espacio se reconfigurará dependiendo de la dirección en la que nos movamos puesto que las imágenes, sonidos, olores y sensaciones corporales obedecerán a nuestra situación respecto a los otros elementos que lo componen. Es decir, los elementos que constituyen cierto espacio desfilarán ante nuestros sentidos obedeciendo a las características de nuestro recorrido. Los elementos que componen el espacio bien pueden ser los fenómenos geográficos y meteorológicos, vegetación y población animal, posición del sol, luna o estrellas, modificaciones en el espacio obra de la actividad humana, los individuos o grupos que se encuentren alrededor, y, quizá el elemento más importante seamos nosotros mismos. Un espacio está compuesto por todos los elementos involucrados en el hecho de que ese espacio sea percibido de una determinada manera.


(Un lugar es una configuración instantánea de posiciones. Hay espacio en cuanto que se toman en consideración los vectores de dirección, cantidades de velocidad y la variable del tiempo. El espacio es un lugar practicado).[ii]


Además de apuntar que los espacios son definidos por el modo en que se nos presentan es importante aclarar que esto depende de nuestra presencia, si no nos hacemos presentes en un espacio este no será transformado. Esto quiere decir que no basta con mirar, sino que es necesario estar: mirar una fotografía no modifica en absoluto un espacio porque la fotografía no es el espacio, de la misma manera en que una vista aérea o un viaje a alta velocidad tampoco lo consiguen ya que la percepción capaz de modificar un espacio requiere cierto detenimiento, sólo de esta manera podremos estar en un lugar, y estar ahí significa ser, también, parte del lugar.



“La fuerza de una carretera varía según se la recorra a pie o se la sobrevuele en aeroplano. (…) Tan sólo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo en ese mismo terreno, que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanía, miradores, calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a sus soldados de sus filas”[iii].



La ‘fuerza’ que Benjamin en Dirección Única le atribuye a la carretera, la poseen, en potencia, todos los espacios, sin embargo esa ‘fuerza’ únicamente puede ser posibilitada a través de nuestros sentidos; si nos permitimos descubrir y experimentar un lugar su ‘fuerza’ emergerá sin obstáculos; y, quizá la mejor manera de conseguirlo sea el recorrido a pie. La velocidad del caminar nos permite apreciar con detalle imágenes, sonidos, olores y el ambiente en su totalidad, y además facilita la interacción con los elementos que componen cierto espacio. Caminar es una vía que nos permite no sólo descubrir un lugar, sino realmente estar y por ello ser parte de un espacio.
Richard Long, un artista quien define su obra como “arte hecho al caminar en paisajes”[iv], se posicionó como representante del Land Art con una intervención en la que hace patente la metáfora del caminar como acto de transformación espacial. A line made by walking (1969), consta de la fotografía de un llano cubierto de pasto que es atravesado a lo largo por una línea trazada a pasos hasta formar una vereda. En su momento A line… dio una sacudida al mundo del arte occidental, consiguiéndolo al poner en evidencia la relación entre la consistencia y fugacidad de una marca dejada por caminar en el campo, que fue totalmente evidente al momento de tomar la fotografía pero que comenzó a desaparecer después del último paso.


A pesar de que la fotografía muestra claramente al caminar como un acto de modificación del paisaje, hay que señalar que esto se consiguió gracias a algunas particularidades de dicho paisaje pues se trata de un entorno rural y con una superficie suficientemente suave como para ser marcada con pasos, y por esto no deja de ser complicado imaginar cómo la misma actividad puede transformar otro tipo de paisajes cuya superficie tiene menor capacidad para retener las huellas, como la ciudad. En Walkscapes, Francesco Careri[v] propone que la transformación del espacio no precisa de una labor arquitectónica, sino que dicho cambio puede ser llevado a cabo mediante el caminar, pues la variación de las percepciones que se reciben del mismo cuando es atravesado “constituyen ya formas de transformación del paisaje que, aunque no hayan dejado señales tangibles, modifican culturalmente el significado del espacio y, en consecuencia, el espacio en sí mismo”. Poco después toma esa idea y la lleva a territorio urbano:


“…el andar es un instrumento estético capaz de describir y de modificar aquellos espacios metropolitanos que a menudo presentan una naturaleza que debería comprenderse y llenarse de significados, más que proyectarse y llenarse de formas.”[vi]



Volviendo con A line…, no hay que olvidar que se trata de una obra que hace evidente un suceso que a primera vista es invisible: la transformación que sufren los espacios al ser caminados. En la ciudad no encontramos esa transformación en las banquetas, no está en las huellas que nuestro calzado podría dejar en el pavimento, sino que ésta radica en lo que la ciudad misma significa para nosotros. Las marcas en el pavimento pueden pasar desapercibidas porque en la ciudad cada elemento de la infraestructura urbana es relevante en la medida en la que juegue un papel protagónico en la vida diaria más allá de sus características físicas. Podríamos considerar la infraestructura de las ciudades como recipientes del significado que poseen, esto implica que cuentan con una forma que los hace más o menos aptos para ciertas cosas, pero hay que aclarar que esto no es completamente determinante: por ejemplo, generalmente uno asociaría los estadios deportivos o centros de convenciones con eventos para el disfrute de la población, pero recordemos cómo en el 2006 en Nueva Orleans después del paso del huracán Katrina éstos funcionaron como albergues, o incluso como morgues improvisadas. Pensando en ejemplos menos radicales preguntémonos cuántas veces ha sucedido que la administración de alguna ciudad desea celebrar el aniversario de un héroe de la historia nacional inaugurando un parque con su nombre y en su honor, pasan un par de meses después de la ceremonia y pocas veces se ve a alguien disfrutando del parque, y al cabo de algunos años este lugar está tan olvidado que se convierte en un vacío dentro del territorio urbano.
Jardines, bancas y áreas de juego no bastan para hacer un parque, sino que éste se construye con la presencia de los niños corriendo y jugando, los viejos paseando y los novios tomados de la mano:


Voy a salir a caminar solito
Sentarme en un parque a fumar un porrito
Y mirar a las palomas comer el pan que la gente les tira
Y reprimir el instinto asesino[vii]


La infraestructura urbana como recipiente no puede contener una carga simbólica indeterminadamente, se puede ilustrar, tratando de no forzar la comparación, pensando en la infraestructura urbana como recipientes incapaces de sostener su significado pos sí solos, es como si éste se escurriese constantemente y la única manera de mantenerlos llenos es continuar llenándolos de significado indefinidamente. La infraestructura urbana sólo puede contar con un sentido en la medida en la que alguien se lo otorga, por esto sería incorrecto hablar de un parque abandonado, ya que al evocarlo, mencionarlo o pasar frente a él y mirarlo se le otorga ese significado de ‘parque abandonado’, pero en cuanto el transeúnte o quien lo refirió en una conversación lo dejan atrás, ese lugar se vuelve de nuevo un espacio vacío, un hueco, un no-lugar, ni siquiera un parque abandonado. Son las prácticas relacionadas a los lugares las que dotan de significado y las construyen, y no es demasiado arriesgado afirmar que el caminar es el medio ideal para conseguirlo, de ahí el título ‘Caminar para construir’, pues el caminar es una actividad que acerca los lugares al caminante, forzándolo a estar en ellos mientras los recorre y al tiempo en que los percibe, los piensa y esta actividad tiene como resultado la construcción de la ciudad. Es como si los pasos iluminaran su trayecto dotando de significado un territorio invisible.


[i] ¿Qué otra cosa es un paisaje sino la culturización de la naturaleza, o que es lo mismo, la naturalización de una cultura? Maffesoli, M. (2004) El nomadismo: vagabundeos iniciáticos. México : Fondo de Cultura Económica
[ii] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[iii] Benjamin, W. (1990) Dirección Única. Madrid : Alfaguara
[iv] “Art made by walking in landscapes”, rescatado de: http://www.richardlong.org/ el 13 de octubre de 2008.
[v] Careri, F. (2005) Walkscapes: el andar como una práctica estética. Barcelona : Ed. Gustavo Gili
[vi] Ídem.
[vii] Andrés Calamaro, Loco. Alta Suciedad (1997) : WEA Internacional

½. Del engrane al zapato


El transporte es quizá uno de los mayores retos de los planeadores de la ciudad contemporánea, esto quiere decir también que conseguir llevar a cabo los recorridos diarios es uno de los problemas más grandes a los que se enfrenta la ciudadanía. Transportase en la ciudad nunca había sido un asunto sencillo, pero el problema se fue agravando a mediados del siglo XIX cuando la demanda de obreros en la ciudad se incrementó exponencialmente. Millones dejaron el campo y comenzaron a trabajar para la industria, entonces nace una nueva necesidad, la de de llevar a cientos de personas de sus casas a una fábrica y de regreso. La industria comenzó a brindar soluciones que funcionaban un tiempo, pero que, al no dar el abasto necesario se iban volviendo obsoletas. En algunos casos los tranvías jalados por mulas no fueron suficientes, entonces hubo quien optó por el tren suburbano o el metro. Tiempo después la misma industria que requería esa inmensidad de mano de obra y que había generado el modelo T de Ford, abarató la producción de automóviles hasta el punto en que la mayor parte de la clase trabajadora pudo adquirir uno, eso trajo consigo la independencia y falsa libertad que el coche nos otorga. Ahora ya no era necesario ser vecino de la fábrica, uno podía vivir a kilómetros de su lugar de trabajo y aún así llegar a checar la tarjeta a las 9 de la mañana y volver para estar a las 6 en casa para comer.
La carrera por hacer nuestros viajes más cortos ha sido saboteada por nosotros mismos: mientras que diseñamos la tecnología para transportar más personas en la menor cantidad de tiempo, nos empeñamos –quizá sin saberlo– en alargar las distancias de nuestros recorridos diarios. Esta situación se hace evidente en la gran cantidad de recursos que la industria invierte en el desarrollo y producción de nuevos medios de transporte que faciliten la ilusión de un viaje más corto, más cómodo, veloz, seguro, económico y con menor cantidad de plazas.
Simultáneamente a esta carrera tecnológica por los medios de transporte, las ciudades con tendencia al desarrollo horizontal continúan extendiéndose y dividiendo temáticamente el territorio. Proliferan zonas exclusivamente residenciales, comerciales o restauranteras que multiplican la distancia de los recorridos diarios, dificultan la movilidad y justifican las cuantiosas sumas de dinero que son invertidas por la industria y el gobierno en el desarrollo de nuevos medios de transporte. Al incrementarse las distancias en estas ciudades temáticas, surge la necesidad de un incremento en la velocidad de los viajes de toda la ciudadanía, situación que no distingue clases sociales ni vehículos, afecta de igual manera al ejecutivo que viaja en un sedán de lujo, al estudiante que utiliza el transporte público, o al repartidor en motocicleta; todos necesitamos ir más lejos y el tiempo que tenemos disponible para los viajes sigue siendo exactamente el mismo, la única alternativa para llevar a cabo nuestras actividades diarias es acelerar nuestros viajes. Un repartidor de pizza sigue teniendo los mismos treinta minutos para entregar el pedido en la puerta de los comensales, la diferencia es que hace algunos años las pizzerías estaban localizadas en puntos estratégicos con varios núcleos residenciales a una distancia relativamente corta, la pizza generalmente llegaba caliente y a tiempo. Ahora las pizzerías no pueden estar en medio de un fraccionamiento, tienen que establecerse en los límites de éstos en una zona especialmente designada como “comercial”, entonces el repartidor tiene que viajar con el pedido por una distancia mayor, y no sólo eso, tiene que hacerlo sorteando el tráfico de la hora de la comida, pues el lugar de trabajo, la escuela, o el supermercado de donde vienen los miles que van a comer en sus casas, comparten la única vía de acceso con el repartidor. Generalmente la pizza continúa llegando a tiempo, la diferencia es que el viaje que realizó el repartidor resulto mucho más agresivo para él mismo y para todos aquellos con quienes se cruzó en el camino, el repartidor tuvo que sortear más obstáculos y tuvo que ir más rápido, esto no sólo incrementa la posibilidad de un accidente, sino que al ir más veloz la peligrosidad del accidente también crece. ¿Qué pasaría si invirtiéramos la tendencia, si en lugar de buscar medios mecánicamente más complejos cada quien se empeñara en utilizar medios más peatonales?

10.11.08

En contra


Este fín de semana se publicaron al menos dos artículos en contra de los paseos en bicicleta, argumentando que los ciclistas violentamos a los demás ciudadanos.

En mi opinión quizá tengan razón, pero es más importante pensar en qué pasa con los ciclistas cuando están en medio de una masa interminable de automóviles, que es lo que sucede la mayor parte del tiempo, en lugar de pensar en lo desafortunados que son los automovilistas al no poder circular como les gusta cuando se topan con un paseo ciclista.

A la salida del estadio se hace mucho más desmadre, a ver, ¿por qué no hablan mal del futbol?