3.12.08

4½. ¿Para qué andar?

Imaginemos una casa abandonada donde hace años que nadie entra, está rodeada de casas habitadas, pero con los años ya ha dejado de ser una molestia para los vecinos. Los primeros años que estuvo abandonada, esta casa era un agujero negro que atraía todas las miradas y comentarios de quienes pasaban por el lugar, pero que nunca pudo conseguir llevar unos pasos a su interior. Con el tiempo, para los vecinos, la imagen de la casa abandonada se fue fundiendo con las banquetas, las casas de los lados y con el cielo, la casa se esfumó. Ahora este lugar permanece estático, está suspendida en un limbo temporal sin inmutarse y así continuará hasta que alguien entre en ella, es como una cápsula de tiempo que contiene el pasado, un pasado inaccesible para nosotros, pues en cuanto ingresemos a la casa, ésta será traída de vuelta al presente, volverá a existir.

Ahora vayamos a otra casa, La Casa de los Azulejos, lugar que ha sido escenario de importantes sucesos a lo largo de poco menos de medio milenio. Durante la colonia pasó por varias familias, dentro de ella se desarrollaron amores, amoríos y asesinatos, ahora son leyendas. Después de la independencia fue sede del Jockey Club y durante la revolución fue ocupada por el ejército zapatista y en 1919 Frank Sanborn abre la primera fuente de sodas en México. Actualmente es un monumento nacional (desde 1930) y alberga una de las cafeterías más famosas del país. La relevancia de este lugar reside en su valor arquitectónico, en los eventos que en ella sucedieron y los que suceden actualmente, qué sería de esta casa si no tomáramos en cuenta estos tres aspectos. El ser escenario de importantes sucesos en la historia nacional la convierte en parte de la misma historia, tomar un café ahí no sería lo mismo si Emiliano Zapata no hubiera tomado el suyo en el mismo lugar. Ahora este sitio se transforma a sí mismo y transforma a sus visitantes, en cada paso, en cada pensamiento y en cada comentario que dentro de ella tienen lugar. Conocer la historia de un lugar permite que los muros hablen un lenguaje diferente, nada tendría que cambiar con el hecho de que Zapata haya desayunado allí, sin embargo este hecho lo cambia todo.[1]

En el primer caso del que hablamos, nadie sabe en qué condiciones está la casa, quizá un baño lleva meses tirando agua o el cableado eléctrico se quemó durante una tormenta, quizá, pero mientras no sea visitada, será imposible enterarse de ello. En el segundo caso sería imposible no darse cuenta de un fallo como los anteriores, con tantos visitantes, si algo se sale de orden, seguramente más de uno lo comentará a un mesero, al gerente o administrador del lugar.

El mismo fenómeno puede extrapolarse a la ciudad, una ciudad que no es visitada, donde no hay sucesos que transformen a sus habitantes es una ciudad que permanece estática, es una ciudad en decadencia.

Ahora, cómo vivir en una ciudad y habitarla al mismo tiempo es la cuestión, no basta con transportarse de la casa al trabajo y viceversa, tampoco se trata de ir en bicicleta, coche, autobús o a pie, aunque claro, algunos medios de transporte lo facilitarán más que otros. Habitar la ciudad implica un modo de vivirla, y ningún otro verbo describe mejor esta acción que el andar. Andar habla de movimiento, un movimiento de velocidad menos mecánica y más humana, habla de recorrido más que de desplazamiento, andar implica ser parte del medio, observar y ser observado, andar en el tiempo libre es errar, es jugar, y para algunos, andar de cierta manera es un arte. Andar implica una postura, un modo de realizar el acto, también involucra el contacto con los demás, saludarse, desde una mirada o la más sutil inclinación de cabeza hasta un efusivo abrazo o un beso, andar tiene consigo verse en los demás, darse cuenta de que los demás son seres semejantes a uno mismo y que juntos poblamos un espacio, que es nuestro espacio y que lo que sucede en él tiene efectos directos sobre todos.

Andar es no tener lugar. Se trata del proceso indefinido de estar ausente y en pos de algo propio. El vagabundo que multiplica y reúne la ciudad hace de ella una inmensa experiencia social de la privación del lugar; una experiencia, es cierto, pulverizada en desviaciones innumerables e ínfimas (desplazamientos y andares), compensada por las relaciones y los cruzamientos de estos éxodos que forman entrelazamientos, al crear un tejido urbano, y colocada bajo el signo de lo que debería ser, en fin, el lugar, pero que apenas es un nombre, La Ciudad.[2]

Que una ciudad sea habitada implica que la gente ande en ella, que esté dispuesta a guardar sus audífonos, a bajar sus ventanillas, a voltearse a ver entre ellos y a ver el camino.

[1] Castro, L. (1997) La risa del espacio. El imaginario espacio-temporal en la cultura contemporánea: una reflexión sociológica. Madrid: Tecnos.
[2] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos

3. Andar

…un conocimiento tan ciego como en el cuerpo a cuerpo amoroso
Michel de Certeau
El verbo andar figura desde el origen del castellano y puede ser rastreado en el latín vulgar ambitare que significaba ‘dar vueltas, rodear’[1]. Respecto a su significado el Diccionario de la Real Academia Española[2] en un adelanto de su 23.ª edición le atribuye diecinueve sentidos diferentes. Vale la pena detenerse a revisar por lo menos cuatro:

1. intr. Dicho de un ser animado: Ir de un lugar a otro dando pasos.

Esta definición no requiere mayor explicación, andar como sinónimo de caminar quizá sea la manera más común en la que se utiliza. Cuando Francesco Careri[3] propone al andar como una práctica estética, se refiere a este acto, el caminar como la manera más elemental de arquitectura. De la misma manera lo hace Michel de Certeau[4], al hablar del andar, o caminar, como un acto de enunciación donde el cuerpo de los caminantes “obedece a los trazos gruesos y a los más finos [de la caligrafía] de un ‘texto’ urbano que escriben sin poder leerlo”.

4. intr. estar (hallarse en un determinado estado). Andar alguien bueno o malo, alegre o triste, torpe o prudente.


Generalmente utilizada en este sentido para expresar sentimientos, y puede no implicar movimiento por el espacio. Uno puede andar de malas una mañana completa sin necesidad de levantarse de la cama, o se puede andar de buenas sentado un par de horas en una banca.

5. intr. haber (hallarse, existir). Andan muchos locos sueltos por la calle.


Uno de los ejemplos que más nos competen y el diccionario nos otorga un excelente ejemplo, andan muchos locos sueltos por la calle, decíamos antes que nuestra respuesta a la ‘pulsión migratoria’ en la ciudad es lo que nos otorgaba nuestra existencia como ciudadanos, ahora podemos afirmar que andar es sinónimo de esa existencia.

17. tr. recorrer (atravesar un espacio). Andar el camino. Andar todas las calles
del pueblo.

Atravesar el espacio, pero lo más importante es que no implica la acción de caminar como en la primera definición, sino que puede realizarse por distintos medios y facilitado por distintos objetos además del calzado, esto nos brinda una amplísima gama de posibles maneras de andar por la ciudad.

En resumen, y hasta este momento podemos manifestar que andar es: movimiento, pero no necesariamente; es ir de un lugar a otro caminando, o hacerlo de otras maneras; es existir y hallarse en un determinado estado; ser y estar.

Ahora atenderemos a un par de autores a quienes ya hicimos referencia previamente, ambos toman la primera definición del andar, pero llevan el caminar mucho más allá del acto en sí mismo. De Certeau discute de sintéticamente pero con gran profundidad el fenómeno del andar, la intención de citarlo no es otra más que invitar a leer directamente lo que él tiene que decir al respecto.

Andar es no tener lugar. Se trata del proceso indefinido de estar ausente y en pos de algo propio. El vagabundo que multiplica y reúne la ciudad hace de ella una inmensa experiencia social de la privación del lugar; una experiencia, es cierto, pulverizada en desviaciones innumerables e ínfimas (desplazamientos y andares), compensada por las relaciones y los cruzamientos de estos éxodos que forman entrelazamientos, al crear un tejido urbano, y colocada bajo el signo de lo que debería ser, en fin, el lugar, pero que apenas es un nombre, La Ciudad.[4]


Careri argumenta que “el recorrido se convirtió en la primera acción estética que penetró en los territorios del caos, construyendo un orden nuevo sobre cuyas bases se desarrollo la arquitectura de los objetos colocados en él”. Después se detiene a analizar distintos momentos históricos en los que el andar ha sido, indiscutiblemente una práctica estética.

Andar contiene los significados simbólicos de aquel acto creativo primario: el errar en tanto que arquitectura del paisaje, entendiendo por ‘paisaje’ el acto de transformación simbólica, y no sólo física del espacio antrópico.[3]


Y cómo ellos dos, innumerables personas o grupos se detienen a reflexionar sobre el andar, todos con diferentes propuestas: las derivas, el flaneûr, etc.[5], ahora toca pensar en el andar como una vía para habitar la ciudad. Decíamos que el andar no se limita al acto de caminar, por eso andamos en bicicleta, en camión, en tren, algunas veces decimos que andamos en automóvil, y aunque sea correcto decirlo, el traslado en automóvil no construye ciudad ni nos hace ciudadanos. El uso del automóvil se incrementa junto con la segregación y destrucción de espacios que implica su abuso. Esto puede tener una infinidad de causas, pero basta acudir al sentido común para comprenderlo. Factores que varían desde el crecimiento desmesurado de las ciudades que aumenta las distancias entre las casas y de éstas con los proveedores de servicios, hasta el ver como un lujo el poder salir al espacio público sentado en un sillón, aunque encerrado en una caja de metal y vidrio sin necesidad de exponerse al sol, lluvia, personas de apariencia diferente, esperas interminables en las paradas de camión, carteristas o silbidos que persiguen minifaldas. Por ello, a pesar de no ser justificable, el uso irracional del automóvil se puede explicar sin problema.

Una manera de disminuir el uso del automóvil es comenzando a utilizar el medio que tenemos incorporado para cumplir con esa necesidad, las piernas, andar. No es necesario ser un anatomista para darse cuenta de que el cuerpo humano está hecho para moverse con las piernas, y por ello al caminar o al andar en bicicleta, patines, patineta, o lo que sea que requiera un impulso generado por nuestro propio cuerpo nos hará satisfacer esa necesidad de movimiento. Estos medios más humanos de moverse nos hacen vivir el trayecto de una manera diferente, nos otorga una infinidad de momentos y cosas que percibir, puede hacer que el trayecto a nuestro destino sea tan relevante como el destino mismo, es más, hasta puede suceder que el trayecto supere lo que hagamos cuando lleguemos al final del recorrido. El movimiento por el movimiento es un acto en peligro de extinción, la ‘pulsión migratoria’, recorrer un lugar y permitirle encuentro con toda la serie de accidentes que suceden mientras uno anda no es compatible con la necesidad de velocidad que el abuso del auto trae consigo, uno no puede medir el andar en kilómetros por hora, el andar no se mide, pero se puede describir por medio de lo que sucede mientras se realiza. Andar permite hacer casi de todo, pero exige hacerlo de cierta manera, uno puede andar caminando o en bicicleta, pero también puede llevar el andar más allá del camino.

Además de andar por aquí o por allá, se puede andar enamorado o andar encabronado, andar de volada, o andar como los cangrejos, muchos andan papando moscas, mientras que otros andan bien ocupados. Andar es un verbo tan irregular como las acciones que representa, uno anda de mil maneras. El andar no puede acompañarse de complementos (es intransitivo, a excepción de cuando es utilizado como sinónimo de recorrer, que es una acción en sí misma), no exige palabritas que complementen su acción, andar es un verbo completo que le da forma a otras acciones.

Andar exige un espacio y por ello nos invita a salir y crearlo, hacer la ciudad el espacio en que vivimos, revisitar la metrópolis, conocerla, reconocernos en los otros andantes, juntos tomar posesión de la calle que nos pertenece y hacernos responsables de lo que en ella sucede. El andar es una manera de leer y reescribir la ciudad, andar es una manifestación, andar es oposición, andar es un arte, andar es declamar el discurso de la ciudad, andar es ser la ciudad.

[1] Corominas, J. (1976) Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana. Madrid, España : Gredos
[2] Diccionario en Línea de la Real Academia Española. Disponible en: http//www.rae.es
[3] Careri, F. (2005) Walkscapes. El andar como una práctica estética. Barcelona, España : Gustavo Gili
[4] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[5] En Walkscapes, Careri nos ofrece una revisión de diversos ejemplos, pero en general los encontramos en toda la serie Land&Scape de la editorial Gustavo Gili por si se desea conocer un poco más al respecto. Mucho del trabajo que se ha realizado en el Land Art, principalmente en la década de 1970, cuenta con el caminar como elemento de la obra, Richard Long es el principal exponente al respecto.

2. Movilidad o nomadismo

La persona no existe, excepto en la ejecución de sus actos
Alfred Schutz

¡Alto! Detengámonos a pensar en el movimiento dentro de la ciudad. A dónde vamos, cuándo, cómo y por qué lo hacemos, estos asuntos se hacen indispensables al comenzar a hablar de la ciudad. Como lo hemos dicho antes, son las prácticas relacionadas a los lugares las que construyen la ciudad; la mayoría de esas ‘prácticas’ son nuestros viajes[1]. Quizá la ciudad determina nuestros viajes, o nuestros viajes determinan la ciudad, o también quizá, y dicho con un toque de seguridad, la ciudad y nuestros viajes están siempre en relación, determinándose pero nunca completándose, y ese proceso es el seno donde se gestan los lugares. Pero todo esto ya ha sido comentado en el capítulo anterior, por ello en lugar de seguir rodeando convendremos tomar un paseo por ese par de conceptos que titulan estas líneas.

La movilidad es un concepto de moda, prácticamente todos los objetos, personas, fenómenos pueden tener alguna capacidad a la que se le pueda llamar movilidad, sin embargo, habitualmente, la movilidad como sustantivo suele referirse a los viajes que uno o varios individuos llevan a cabo en un determinado territorio. En este sentido, la palabra movilidad cuenta con una sombra cuantitativa; generalmente se encuentra acompañada de estadísticas, unas veces alarmantes y otras no tanto, da la impresión de ser el embalaje ideal para proteger de las peligrosas cifras a quien la lee o la escucha. Abunda en los discursos políticos y en las notas periodísticas, para constatarlo basta utilizarla como palabra clave en cualquier buscador de la red[2]. Además, parece haber acuerdo (al menos en teoría) en el rumbo que se le debería dar a la movilidad urbana.

El modo en que nos desplazamos por la geografía terrestre es parte de nuestra
cultura. La movilidad es un proceso cultural. El habitar y movernos en el
espacio urbano es lo que va construyendo el hábitat y la ciudad como espacio de
expresión, de crecimiento, de educación y convivencia de los seres humanos.[3]


El nomadismo, en cambio, es una palabra con la que resulta un poco más difícil toparse, pero, al igual que con la movilidad, sólo es cuestión de moda. El nomadismo nace junto al hombre; la mitología y la arqueología nos remiten al inicio. De Caín y Abel a los hallazgos de rutas y parajes tan antiguos como el hombre mismo, todo nos refiere al nomadismo como inicio y quizá como precursor de la civilización, para encontrarlo basta asistir al libro especializado[4] o a las revistas de interés general. Sin embargo, a pesar de toparnos con el nomadismo con relativa frecuencia, esta palabra no figura en el lenguaje cotidiano. Quizá esto se deba al hecho de que hemos adaptado un buen puñado de sinónimos para referirnos a lo mismo: en política internacional se discute “el fenómeno migratorio”, en los municipios se planea “la movilidad urbana”, en los centros de asistencia hablan del “vagabundeo” o “el sinhogar”, en las aerolíneas se otorgan tarjetas de descuento con el nombre de “viajero frecuente”, el nomadismo está en todos nosotros, sólo que le hemos cambiado el nombre.

El nomadismo no es de ningún modo, privilegio de unos cuantos, sino que, (…)
cada quien lo practica cotidianamente. Se puede incluso afirmar que la intimidad
del hombre posmoderno ha sido modelada con él. Para domesticar el término, se
llegó a hablar de movilidad.[5]


Moverse de un lado a otro responde a una necesidad que trasciende al simple transporte; que el ser humano se desplace implica más que cambiar su posición en el espacio físico, en palabras de Maffesoli[6] “es una especie de ‘pulsión migratoria’ que incita al hombre a cambiar de lugar, de hábitos, de pareja, para alcanzar plenamente las diversas facetas de su personalidad”. Esto no es una afirmación que debe ser tomada a la ligera pues parece querer decir que esa “pulsión” hace al hombre. Para las ciudades y quienes en ellas nos movemos este es un asunto que merece nuestra atención, sobre todo recordando que nos hemos acostumbrado a no visitar menos de diez lugares al día, y que destinamos gran parte de nuestro día (¡de nuestras vidas!) a dichos viajes. Cuando alguien dice de sí mismo que vive en una ciudad, son estos viajes lo que trae a cuento, de acuerdo o no, en la mayoría de los casos a eso queda reducida la experiencia urbana.

Entonces, como ha sido dicho, todos nos movemos, no importa que aparentemente no sepamos o no podamos hacerlo. Muchas veces utilizamos medios de transporte que distan mucho de adaptarse a nuestras necesidades de movilidad, y es cuando la imagen caótica de un congestionamiento vial da la impresión de que no nos sabemos mover, aún así, la mayoría de las veces conseguimos llegar a nuestro destino. También podría afirmarse que no todos podemos movernos[7], pues en muchas ocasiones los medios o vías de transporte no son compatibles con las capacidades físicas de cada persona, aún así la mayoría consigue llevar a cabo sus viajes. En fin, independientemente de si podemos o sabemos, o no, todos necesitamos movernos; moverse es más necesario que respirar, respiramos para poder movernos. Ese impulso cuenta con una inercia con más fuerza que nosotros mismos.

-Ándale ya se murió, corre a contratar una carroza para que se lo lleven y le
den una maquilladita. Después nos conseguimos unos carros negros para
acompañarlo en caravana hasta el panteón, ahí lo enterramos por unos años hasta
que se haga polvorón, entonces lo sacamos, lo mandamos al horno y que nos
entreguen las cenizas bien moliditas, de esas aventamos un puño al río del
pueblo en que nació, otro tanto que se lo lleve el aire del cerro en donde la
conoció, y con lo que nos quede rellenamos unas relicarios bien bonitos de oro,
y así en unas urnitas todos lo llevaremos bien cerquita del corazón.


El muerto que no se mueve es un muerto olvidado, lo mismo sucede con los vivos: aquellos que no se pueden mover y no los movemos son vivos olvidados; cuando alguien está así, fácil podría afirmarse que no está. El movimiento nos ayuda a reafirmar nuestro estar, y así como los edificios no son recipientes herméticos capaces de contener su significado indefinidamente, para que estemos (seamos) en la ciudad, necesitamos cambiar de lugar, y son precisamente esos movimientos resultantes, de esa “pulsión migratoria” las que nos hacen ser ciudadanos al tiempo que nos permiten construir la ciudad; esto entendido como el acto de dotar de significado a la infraestructura urbana. Ciudad y ciudadanía son como esos hermanos siameses que no pueden separarse, o al menos no sin morir; nacen simultáneamente y mueren juntos, su concepción es resultante del andar por la ciudad.

…las motricidades peatonales forman uno de estos “sistemas reales cuya
existencia hace efectivamente la ciudad, pero que carecen de receptáculo
físico”. No se localizan: espacializan.[8]


Michel de Certeau habla de cómo el andar, crea espacio, espacializa, dice. Como resultado de esa espacialización obtenemos eso a lo que llamamos ciudad, pero no sólo eso, sino que los practicantes de esa espacialización, al hacerse presentes en el medio urbano tiene lugar su existencia como ciudadanos. La ciudadanía es una característica tan fugaz para el individuo como la ciudad lo es para la infraestructura, comienza a perderse en cuanto deja de practicarse; al igual que la vereda trazada por Richard Long, ciudad y ciudadanía comienzan a desaparecer después del último paso.

La necesidad de movimiento, de viaje, está en nosotros, no dejaremos de movernos, ahí radica la importancia de reflexionar acerca de cómo lo hacemos. Podemos salir, caminar, y con ello llevar a la calle lo que hasta aquí se ha defendido, hacer ciudad y ciudadanía; o también podemos salir, y hacer lo opuesto, utilizar la calle como equipo de conexión entre lugares y nada más.

(Ciertamente, la gente sale de sus casas, […] hasta entrar en otro lugar;
no sale a la calle. Las calles sólo funcionan como un equipo de transporte, no
como un lugar de estancia.)[9]


Entre el caminar y la conexión de lugares hay una infinidad de opciones, de medios de transporte y modos de hacerlo, por esto la propuesta del andar no se trata de elegir entre dos opciones únicas y diametralmente opuestas, caminar como única opción de transporte resulta tan inviable para cualquier ciudad como lo es hacer lo mismo con el automóvil. El andar que se propone trata de conciliar los medios y concentrarse en el modo de trasladarse. Ese es el punto a tratar en el próximo capítulo.

[1] Por viaje entendemos un evento que comienza con la partida de un lugar y que finaliza con la llegada a otro.
[2] Ó visitar el sitio http://www.cptmedios.blogspot.com/ para encontrar decenas de notas periodísticas publicadas en distintos medios impresos de la ciudad de Guadalajara.
[3] Movilidad : una visión estratégica en la zona metropolitana de Guadalajara (2001, c2001) Guadalajara, México : ITESO : Gobierno del Estado de Jalisco, Secretaría de Vialidad y Transporte : Centro Estatal de Investigación de la Vialidad y el Transporte
[4] Eliade, M. (1972) Tratado de historia de las religiones. México : Era
[5] Maffesoli, M. (2004) El nomadismo: vagabundeos iniciáticos. México : Fondo de Cultura Económica
[6] Idem.
[7] Generalmente se utilizan palabritas como invalido, minusválido, o como dice el Código Civil del Estado de Jalisco: incapaz. Peor aún, suelen acompañarse de miradas lastimeras y adjetivos o aclaraciones bastante patéticas como “el pobrecito”.
[8] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[9] Fernández Christlieb, P. (2004, c2004) El espíritu de la calle : psicología política de la cultura cotidiana. Barcelona, España : Anthropos ; Querétaro, México : Universidad de Querétaro, Facultad de Psicología