3.12.08

2. Movilidad o nomadismo

La persona no existe, excepto en la ejecución de sus actos
Alfred Schutz

¡Alto! Detengámonos a pensar en el movimiento dentro de la ciudad. A dónde vamos, cuándo, cómo y por qué lo hacemos, estos asuntos se hacen indispensables al comenzar a hablar de la ciudad. Como lo hemos dicho antes, son las prácticas relacionadas a los lugares las que construyen la ciudad; la mayoría de esas ‘prácticas’ son nuestros viajes[1]. Quizá la ciudad determina nuestros viajes, o nuestros viajes determinan la ciudad, o también quizá, y dicho con un toque de seguridad, la ciudad y nuestros viajes están siempre en relación, determinándose pero nunca completándose, y ese proceso es el seno donde se gestan los lugares. Pero todo esto ya ha sido comentado en el capítulo anterior, por ello en lugar de seguir rodeando convendremos tomar un paseo por ese par de conceptos que titulan estas líneas.

La movilidad es un concepto de moda, prácticamente todos los objetos, personas, fenómenos pueden tener alguna capacidad a la que se le pueda llamar movilidad, sin embargo, habitualmente, la movilidad como sustantivo suele referirse a los viajes que uno o varios individuos llevan a cabo en un determinado territorio. En este sentido, la palabra movilidad cuenta con una sombra cuantitativa; generalmente se encuentra acompañada de estadísticas, unas veces alarmantes y otras no tanto, da la impresión de ser el embalaje ideal para proteger de las peligrosas cifras a quien la lee o la escucha. Abunda en los discursos políticos y en las notas periodísticas, para constatarlo basta utilizarla como palabra clave en cualquier buscador de la red[2]. Además, parece haber acuerdo (al menos en teoría) en el rumbo que se le debería dar a la movilidad urbana.

El modo en que nos desplazamos por la geografía terrestre es parte de nuestra
cultura. La movilidad es un proceso cultural. El habitar y movernos en el
espacio urbano es lo que va construyendo el hábitat y la ciudad como espacio de
expresión, de crecimiento, de educación y convivencia de los seres humanos.[3]


El nomadismo, en cambio, es una palabra con la que resulta un poco más difícil toparse, pero, al igual que con la movilidad, sólo es cuestión de moda. El nomadismo nace junto al hombre; la mitología y la arqueología nos remiten al inicio. De Caín y Abel a los hallazgos de rutas y parajes tan antiguos como el hombre mismo, todo nos refiere al nomadismo como inicio y quizá como precursor de la civilización, para encontrarlo basta asistir al libro especializado[4] o a las revistas de interés general. Sin embargo, a pesar de toparnos con el nomadismo con relativa frecuencia, esta palabra no figura en el lenguaje cotidiano. Quizá esto se deba al hecho de que hemos adaptado un buen puñado de sinónimos para referirnos a lo mismo: en política internacional se discute “el fenómeno migratorio”, en los municipios se planea “la movilidad urbana”, en los centros de asistencia hablan del “vagabundeo” o “el sinhogar”, en las aerolíneas se otorgan tarjetas de descuento con el nombre de “viajero frecuente”, el nomadismo está en todos nosotros, sólo que le hemos cambiado el nombre.

El nomadismo no es de ningún modo, privilegio de unos cuantos, sino que, (…)
cada quien lo practica cotidianamente. Se puede incluso afirmar que la intimidad
del hombre posmoderno ha sido modelada con él. Para domesticar el término, se
llegó a hablar de movilidad.[5]


Moverse de un lado a otro responde a una necesidad que trasciende al simple transporte; que el ser humano se desplace implica más que cambiar su posición en el espacio físico, en palabras de Maffesoli[6] “es una especie de ‘pulsión migratoria’ que incita al hombre a cambiar de lugar, de hábitos, de pareja, para alcanzar plenamente las diversas facetas de su personalidad”. Esto no es una afirmación que debe ser tomada a la ligera pues parece querer decir que esa “pulsión” hace al hombre. Para las ciudades y quienes en ellas nos movemos este es un asunto que merece nuestra atención, sobre todo recordando que nos hemos acostumbrado a no visitar menos de diez lugares al día, y que destinamos gran parte de nuestro día (¡de nuestras vidas!) a dichos viajes. Cuando alguien dice de sí mismo que vive en una ciudad, son estos viajes lo que trae a cuento, de acuerdo o no, en la mayoría de los casos a eso queda reducida la experiencia urbana.

Entonces, como ha sido dicho, todos nos movemos, no importa que aparentemente no sepamos o no podamos hacerlo. Muchas veces utilizamos medios de transporte que distan mucho de adaptarse a nuestras necesidades de movilidad, y es cuando la imagen caótica de un congestionamiento vial da la impresión de que no nos sabemos mover, aún así, la mayoría de las veces conseguimos llegar a nuestro destino. También podría afirmarse que no todos podemos movernos[7], pues en muchas ocasiones los medios o vías de transporte no son compatibles con las capacidades físicas de cada persona, aún así la mayoría consigue llevar a cabo sus viajes. En fin, independientemente de si podemos o sabemos, o no, todos necesitamos movernos; moverse es más necesario que respirar, respiramos para poder movernos. Ese impulso cuenta con una inercia con más fuerza que nosotros mismos.

-Ándale ya se murió, corre a contratar una carroza para que se lo lleven y le
den una maquilladita. Después nos conseguimos unos carros negros para
acompañarlo en caravana hasta el panteón, ahí lo enterramos por unos años hasta
que se haga polvorón, entonces lo sacamos, lo mandamos al horno y que nos
entreguen las cenizas bien moliditas, de esas aventamos un puño al río del
pueblo en que nació, otro tanto que se lo lleve el aire del cerro en donde la
conoció, y con lo que nos quede rellenamos unas relicarios bien bonitos de oro,
y así en unas urnitas todos lo llevaremos bien cerquita del corazón.


El muerto que no se mueve es un muerto olvidado, lo mismo sucede con los vivos: aquellos que no se pueden mover y no los movemos son vivos olvidados; cuando alguien está así, fácil podría afirmarse que no está. El movimiento nos ayuda a reafirmar nuestro estar, y así como los edificios no son recipientes herméticos capaces de contener su significado indefinidamente, para que estemos (seamos) en la ciudad, necesitamos cambiar de lugar, y son precisamente esos movimientos resultantes, de esa “pulsión migratoria” las que nos hacen ser ciudadanos al tiempo que nos permiten construir la ciudad; esto entendido como el acto de dotar de significado a la infraestructura urbana. Ciudad y ciudadanía son como esos hermanos siameses que no pueden separarse, o al menos no sin morir; nacen simultáneamente y mueren juntos, su concepción es resultante del andar por la ciudad.

…las motricidades peatonales forman uno de estos “sistemas reales cuya
existencia hace efectivamente la ciudad, pero que carecen de receptáculo
físico”. No se localizan: espacializan.[8]


Michel de Certeau habla de cómo el andar, crea espacio, espacializa, dice. Como resultado de esa espacialización obtenemos eso a lo que llamamos ciudad, pero no sólo eso, sino que los practicantes de esa espacialización, al hacerse presentes en el medio urbano tiene lugar su existencia como ciudadanos. La ciudadanía es una característica tan fugaz para el individuo como la ciudad lo es para la infraestructura, comienza a perderse en cuanto deja de practicarse; al igual que la vereda trazada por Richard Long, ciudad y ciudadanía comienzan a desaparecer después del último paso.

La necesidad de movimiento, de viaje, está en nosotros, no dejaremos de movernos, ahí radica la importancia de reflexionar acerca de cómo lo hacemos. Podemos salir, caminar, y con ello llevar a la calle lo que hasta aquí se ha defendido, hacer ciudad y ciudadanía; o también podemos salir, y hacer lo opuesto, utilizar la calle como equipo de conexión entre lugares y nada más.

(Ciertamente, la gente sale de sus casas, […] hasta entrar en otro lugar;
no sale a la calle. Las calles sólo funcionan como un equipo de transporte, no
como un lugar de estancia.)[9]


Entre el caminar y la conexión de lugares hay una infinidad de opciones, de medios de transporte y modos de hacerlo, por esto la propuesta del andar no se trata de elegir entre dos opciones únicas y diametralmente opuestas, caminar como única opción de transporte resulta tan inviable para cualquier ciudad como lo es hacer lo mismo con el automóvil. El andar que se propone trata de conciliar los medios y concentrarse en el modo de trasladarse. Ese es el punto a tratar en el próximo capítulo.

[1] Por viaje entendemos un evento que comienza con la partida de un lugar y que finaliza con la llegada a otro.
[2] Ó visitar el sitio http://www.cptmedios.blogspot.com/ para encontrar decenas de notas periodísticas publicadas en distintos medios impresos de la ciudad de Guadalajara.
[3] Movilidad : una visión estratégica en la zona metropolitana de Guadalajara (2001, c2001) Guadalajara, México : ITESO : Gobierno del Estado de Jalisco, Secretaría de Vialidad y Transporte : Centro Estatal de Investigación de la Vialidad y el Transporte
[4] Eliade, M. (1972) Tratado de historia de las religiones. México : Era
[5] Maffesoli, M. (2004) El nomadismo: vagabundeos iniciáticos. México : Fondo de Cultura Económica
[6] Idem.
[7] Generalmente se utilizan palabritas como invalido, minusválido, o como dice el Código Civil del Estado de Jalisco: incapaz. Peor aún, suelen acompañarse de miradas lastimeras y adjetivos o aclaraciones bastante patéticas como “el pobrecito”.
[8] Certeau, M. de (1996) La invención de lo cotidiano : artes de hacer. Guadalajara, México : ITESO ; México : Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Departamento de Historia : Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos
[9] Fernández Christlieb, P. (2004, c2004) El espíritu de la calle : psicología política de la cultura cotidiana. Barcelona, España : Anthropos ; Querétaro, México : Universidad de Querétaro, Facultad de Psicología

No hay comentarios: